Música

Haz una canción

Tweedy explica que cada acto de creatividad es un acto de desafío a un mundo destinado a autodestruirse

Wilco, durante su actuación en el Primavera Sound, en Barcelona, el pasado mayo.

Wilco, durante su actuación en el Primavera Sound, en Barcelona, el pasado mayo. / periodico

Miqui Otero

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Andaba yo aún obsesionado con los milagros creativos de 'Get Back', el monumental documental sobre The Beatles, cuando esa misma magia se produjo en casa. 

Si, cuando no sabían qué componer, los Beatles rescataban clásicos de Chuck Berry, nosotros calentábamos con una jam frenopática del Joan Petit: yo a la guitarra, mi hijo mayor (4) de voz solista y la pequeña (1) señalando partes de su anatomía de juguete mientras aporreaba una caja de galletas de jengibre con una cuchara. Pero entonces, tal y como sucede en la serie de los 'Fab Four' cuando McCartney compone 'Get Back' en 20 segundos, empezó a fluir la magia. La primera en llegar fue 'El pipi y la patata', 'hit' monocorde de ritmo trotón que repite el título hasta el mantra. A renglón seguido, compuso 'Dado, dado, dado (deja ya de girar, dado)', en el que yo quiero leer un hartazgo por la hiperaceleración de nuestra vida, siempre sujeta al azar.

Las musas le susurraron al mayor, mientras la pequeña cedía coros estridentes al más puro estilo Yoko Ono, 'El árbol de los regalos', un rock and roll clásico con un puente en el que se le recomienda a Papá Noel dejar de zampar polvorones o no cabrá por la chimenea. Entonces se sacó de la chistera el himno sobre nuestro personaje inventado favorito: Pedo Banana, un plátano con gafas de sol, un malandro chulesco como los de las canciones de Rubén Blades que habla con voz abaritonada. Con el ritmo de 'Barbara Ann', de los Beach Boys, se nos apareció 'Va, va, va, Pedo Banana (va a Saturno, Pedo Banana)', en el que el personaje alcanza paisajes mágicos propulsado por sus gases perfumados. 

Fueron cuatro nuevas canciones (no les pido, como yo, que las consideren desde ya clásicos de la música moderna) en dos horas y media. Yo, que toco la guitarra desde que soy adolescente y que me dedico a escribir novelas, no he compuesto una en toda mi vida.

Días después leí 'Cómo componer una canción', de Jeff Tweedy, el líder de Wilco. Estos libros suelen ser tan realistas como esos otros que prometen convertirte en millonario. Pero por el camino, siempre guardan destellos sabios. 

Tweedy explica que cada acto de creatividad es un acto de desafío a un mundo destinado a autodestruirse. Con un estilo cercano pero alérgico a la solemnidad, el libro se dirige precisamente a quien cree que no está destinado a hacer nada artístico. El primer paso es coger una guitarra y gritar como un loco (como mis retoños). Cualquier cosa puede servir para encontrar el tema: crear un recuerdo para escribir sobre él (llenar tu casa de globos una tarde) o centrarte en algo tan pequeño como tu forma de contestar al teléfono. Luego ofrece trucos al estilo de 'La gramática de la fantasía', de Rodari. ¿Un ejemplo? Hacer una columna con verbos que podría hacer un médico y otra con cosas que tienes al alcance de tu vista. Entonces unir de forma caprichosa palabras: “La guitarra me cura”. 

Explica, también, que durante un tiempo él creía en la idea del artista maldito, el mito de la creación torturada. Hasta que se dio cuenta de que todo el mundo sufre. Y que, por tanto, todo el mundo puede crear algo. Es el ego adulto el que nos dice que no podemos hacerlo. Es el sistema el que nos ofrece ocho plataformas de series basura para que nos quedemos alelados consumiendo y no inventando. Como sociedad, en algún momento dejamos de cantar como pescadores. En nuestra vida, hay un momento en que dejas de dibujar en cuadernos, inventar cuentos o componer canciones. Este libro, y también esa tarde con mis hijos y con Pedo Banana, demuestra que eso es un gran error y lo contrario, un acto político y un motivo de felicidad gratuita.

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