Lengua catalana

Nuevo pacto lingüístico: el qué y el cómo

La eficacia de un nuevo acuerdo en política lingüística dependerá del tono del debate y de la participación del más alto y diverso número de actores políticos

Pere Aragonés anuncia el acuerdo para los presupuestos

Pere Aragonés anuncia el acuerdo para los presupuestos / Sergi Conesa

Paola Lo Cascio

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El 'president' de la Generalitat, Pere Aragonès, ha anunciado ahora hace pocos días que plantea convocar un Pacte Nacional per la Llengua para “propiciar un nuevo acuerdo en materia de política lingüística y para el necesario avance de la lengua catalana”. También anunció que será necesario un acuerdo para “poner al día” los medios de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals.

El anuncio llega después de la controvertida ratificación por parte del Supremo de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) que cuestiona el modelo lingüístico escolar vigente, y con la necesidad acuciante de la renovación del consejo de gobierno de unos medios públicos catalanes que lleva más de seis años caducado.

El modelo lingüístico-escolar por un lado y los medios de comunicación públicos fueron, en buena parte, las dos palancas fundamentales que permitieron la recuperación de la lengua catalana después de la dictadura.

Sobre la primera cuestión, vaya por delante una consideración: se trata de un debate claramente más enconado fuera que dentro de las aulas, en donde los casos de conflictos lingüísticos han sido históricamente, y son aún hoy, muy reducidos. Que sea así es buena señal, pero también parece crucial que se reconstruya un consenso político. Se ha recordado últimamente cómo el modelo de conjunción lingüística del que disponemos (una única red escolar en catalán, que no divide a los alumnos por razones idiomáticas), deriva -con las debidas adaptaciones a lo largo del tiempo- del consenso que arropó el nacimiento de la Ley de Normalización Lingüística de 1983, que no obtuvo ningún voto en contra. También se ha recordado, con razón, que el nacionalismo catalán planteaba la doble red escolar. Se aprobó el proyecto fraguado por el PSC y el PSUC y tanto ERC, como sobre todo CiU, retiraron sus planteamientos iniciales, en aras de una solución que no sólo era más inclusiva sino más compartida. Este consenso excepcional fue la verdadera garantía de su blindaje, acompañada por un pacto tácito que vinculaba a todos los actores al compromiso de no frivolizar ni instrumentalizar la lengua, y aún menos en el ámbito de la escuela. De hecho, incluso en la reforma de la ley que se hizo en 1998 (la Ley de Política Lingüística), aprobada sin los votos del PP y de ERC, el modelo lingüístico-escolar siguió teniendo un consenso muy sólido y, en todo caso, el debate fue pausado y racional.

Sobre la segunda cuestión, también hay que recordar cómo el nacimiento de la televisión y de la radio pública catalana fue ampliamente compartido. Más frecuentes fueron las polémicas en torno a algunos de los contenidos vehiculados, pero durante muchas décadas se mantuvo alto el prestigio del que gozaron, y, sobre todo, a ninguna fuerza política se le hubiera ocurrido poner en duda la conveniencia de su existencia.

La pregunta es cuándo y cómo empezó a cambiar todo. Y, en este sentido, es verdad que la aparición de Ciudadanos rompería el consenso, al impugnar el modelo lingüístico escolar a la mitad de los años dos mil. Pero también es verdad que el crecimiento de los naranjas -y,, consecuentemente, la importancia de esa impugnación-, no fue significativa hasta 2012, cuando pasaron de tres a nueve diputados. Y no creció de manera exponencial hasta, primero en 2015, y después, aún más, en 2017, mientras cada vez más se evidenciaba también una peligrosa correspondencia entre preferencias de voto y medios de comunicación consumidos, sancionando cómo los medios públicos catalanes hablaban solo a una parte de la ciudadanía. Son los años de la fase álgida del 'procés' y de la ruptura de toda una serie de consensos que han tensado sobremanera a la ciudadanía, politizando las cuestiones identitarias, culturales, y también lingüísticas.  

Es de esperar que, ahora, el país se encuentre en una fase de distensión -a pesar de la labor incesante de aquellos que a lado y lado solo viven del conflicto- y, probablemente, haya espacio para intentar reconducir la situación, sobre la base de nuevos pactos, nuevos compromisos y el reconocimiento de todos los actores. Para utilizar las palabras del 'president' Aragonès, la clave del éxito de un “nuevo acuerdo en materia de política lingüística y para el necesario avance de la lengua catalana” -en la escuela, en los medios y en las nuevas plataformas- está en el método. Más importante que los contenidos concretos, su eficacia dependerá del tono del debate y de la participación del más alto y diverso número de actores políticos. En esta cuestión no se trata solo del qué sino, sobre todo, del cómo.

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