Reinicio trasatlántico con tensiones

La recomposición de las relaciones trasatlánticas tropieza con la persistencia del unilateralismo norteamericano, las divergencias de enfoque, los contenciosos sin resolver y una nueva guerra agroalimentaria en el horizonte

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council / Ronny Przysucha

Eliseo Oliveras

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La primera reunión del Consejo de Comercio y Tecnología Unión Europea-Estados Unidos el 29 de septiembre en Pittsburg simboliza la voluntad de recomponer las relaciones trasatlánticas después de la conflictiva presidencia de Donald Trump. La mera celebración en la fecha prevista es ya un éxito, debido a la desconfianza generada por el comportamiento del presidente Joe Biden. Sus promesas de coordinación casan mal con su unilateralismo en la desastrosa retirada de Afganistán y la falta de información a sus aliados europeos sobre la creación de su nueva alianza militar en el Pacífico con Australia y el Reino Unido (Aukus), que ha supuesto además sustraer un sustancial contrato a Francia.

El objetivo subyacente de la nueva coordinación UE-EEUU es mantener la primacía tecnológica y comercial de Occidente frente a China y evitar que la creciente influencia económica y política de Pekín pueda determinar los estándares y reglas tecnológicas y comerciales futuras. “La pugna tecnológica será el nuevo campo de batalla de la geopolítica”, señaló el vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis. El nuevo Consejo UE-EEUU tiene “una importancia estratégica y geopolítica”, porque es “la vía para establecer los estándares y normas para el siglo XXI”, precisó Dombrovskis.

La delegación norteamericana estuvo encabezada por el secretario de Estado, Antony Blinken, lo que indica la importancia política que otorga Washington a alinear la UE en su estrategia hacia China. La UE primó un perfil técnico con la delegación encabezada por los vicepresidentes de la Comisión Europea, Margrethe Vestager (Competencia y Digital) y Vladis Dombrovskis (Comercio y Economía).

La declaración conjunta evitó mencionar a China, porque la UE no quiere verse arrastrada en la guerra fría de Washington contra Pekín, debido a que los Veintisiete mantienen elevadas inversiones y estrechas relaciones económicas y comerciales con China. Pero los compromisos de Pittsburg de coordinar la lucha contra la transferencia forzada de tecnología y la competencia desleal de empresas publicas o subvencionadas, así como desarrollar estándares tecnológicos, frenar la adquisición de empresas clave y restringir la exportación de tecnología sensible, se refieren implícitamente a China.

Esa anunciada coordinación tropieza con profundas divergencias trasatlánticas y la persistencia de graves conflictos por resolver. Las sanciones comerciales al acero y aluminio europeos, impuestas por Trump, quedaron fuera de la agenda y siguen envenenando las relaciones. El bloqueo por Trump de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y de su esencial Órgano de Apelación desde 2019 ha sido mantenido por Biden, en contradicción con su adhesión al multilateralismo. La UE, China, Canadá, Noruega, Suiza, Australia y otra decena de países crearon en 2020 un organismo interino de apelación y arbitraje para resolver disputas comerciales y sortear el bloqueo norteamericano a la OMC, lo que alinea a la UE y China frente a Washington en un tema fundamental.

La protección de los datos de los europeos en manos de las empresas norteamericanas y su transferencia a EEUU también quedó fuera de la agenda de Pittsburg, pese a que el marco regulador de esas transferencias de datos denominado Privacy Shield fue invalidado por el Tribunal de Justicia de la UE en julio de 2020, porque no respetaba la ley europea de protección de datos. Es la segunda vez que el Tribunal de la UE anula los acuerdos de transferencia de datos personales a EEUU adoptados por la Comisión Europea porque dejan desprotegidos a los ciudadanos.

En microchips, la UE quiere potenciar las firmas europeas y subvencionar la instalación de fábricas de última generación de Intel, Samsung y la taiwanesa TSMC. Por ello, los acuerdos de Pittsburg se limitan al corto plazo y los actuales problemas de suministro mundial, para evitar que Washington restringiera la capacidad europea de subvencionar nuevas fábricas.

En el horizonte aparece ya otro conflicto agroalimentario, a sumar a la carne hormonada y los transgénicos, ante la oposición de Washington al plan de la Comisión Europea para potenciar una agricultura sostenible, más ecológica y con menos herbicidas tóxicos. El secretario de Agricultura norteamericano, Tom Vilsack, considera ese plan una amenaza. EEUU teme que la nueva política agraria restrinja el acceso al mercado europeo a los productos que incumplan esos requisitos y que establezca nuevos estándares globales, si otros países siguen su ejemplo.

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