El paraíso de las galguerías

Buffet libre

Este tipo de restaurante saca nuestro lado más animal y nos retrata, y su éxito radica en que su variedad garantiza que habrá algo que te apetezca

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Valeria Milara

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Si uno no se puede ir de vacaciones no se va. Eso fue lo que me plantó mi madre cuando le expliqué mi plan de descanso que consistía en irme unos días con una amiga a una casita junto a la playa. Cuando le dije que teníamos una cocina totalmente equipada y muchos restaurantes en la zona se puso mala y concluyó que para ella las vacaciones son para no guisar y no pensar. Para ir con todas las comidas contratadas y a poder ser que el restaurante sea buffet libre. Y no seré yo quien le quite la razón, porque soy fan de ese tipo de establecimiento de hostelería.

Un lugar que conocí en los 80. Cuando fuimos a celebrar que a mi tío le había tocado un dinerillo en una quiniela. El cubierto costaba mil pesetas, seis euros con bebidas aparte. No eran sitios baratos, pero estaban muy cotizados entre las familias humildes. En esos hogares no se comía mal, ni mucho menos. Lo que se valoraba era la variedad. Y aquello era y es el paraíso de las galguerías, esa comida apetecible que no suele estar en las neveras de casa. Un lugar donde encontrar lionesas y mezclarlas en el mismo plato con la ensalada de palitos de cangrejo y salsa rosa con una bola de helado de vainilla. Composiciones de colores y texturas que todavía ningún cocinero, ni con estrellas ni sin ellas, ha conseguido plasmar. Porque el plato es propio es totalmente de autor. A mí me luce muchísimo ir porque me encanta comer y me chifla ver la colocación de la comida. Lo primero que hago es mirar los postres y luego ya inauguro el pantano. Lo suyo es darse una vuelta, ver lo que hay y hacerse el menú, pero eso no suele pasar. Las ansias de comer y la ansiedad en general en la que vivimos nos puede.

La poca espera que tenemos también se ve cuando antes de pedir la bebida te vas a por la comida y dislocas a los camareros, a los que admiro profundamente. Después de los impacientes, están los tacaños. Esos que cuando tienen que pagar dicen que son de poco apetito y piden lo justo y cuando van de buffet lo arrasan hasta ponerse malos. Este tipo de restaurante saca nuestro lado más animal y nos retrata. Para mí su éxito radica en que su variedad garantiza que habrá algo que te apetezca. Proporciona paz. Y es que la comida amansa a la fiera que todos llevamos dentro.