Reivindicación indefendible

La superliga de los cocineros extraordinarios

Sueño con ir a los restaurantes, pero no me verán acercarme a sus locales aquellos chefs mediáticos que le ríen las gracias a Ayuso, los hosteleros negacionistas y los que tergiversan los mensajes de salud pública

Terraza de un restaurante

Terraza de un restaurante

Mar Calpena

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Uno de mis lugares felices, en los que me refugio estos días interminables de pandemia, es soñar con la lista de restaurantes a los que querría ir en cuanto se pueda (o, lo que es lo mismo, en cuanto nos vacunen a todos o cuando ellos dispongan de terraza, y yo, de saldo). Ninguno de ellos tiene estrella Michelin -de hecho, uno de los que tengo en mente devolvió la suya- pero cuando les oigo hablar o escribir de cocina, sé que la hostelería es parienta cercana de la hospitalidad. Algunos son amigos, sí, pero a la mayoría no los conozco. Quiero comer junto a ellos, porque compañero es aquel con el que se comparte el pan.

Por contra, hay otra lista que va creciendo también, que es la de restaurantes a los que no me verán acercarme. Por ejemplo, los de cocineros mediáticos que le ríen las gracias a Ayuso, esa señora que dice que los que están en las colas del hambre -muchos de ellos, trabajadores de la hostelería- son unos mantenidos. Tampoco pienso ir a los locales de aquellos hosteleros que son negacionistas, o que tergiversan los mensajes de salud pública.

He llegado a oírle al representante de una patronal de ocio nocturno que el 80% de los contagios en un entorno social se producían en fiestas ilegales, así, sin aportar ninguna otra fuente que avalara el dato. Otros, por su parte, van proclamando a los cuatro vientos que a la hostelería se la criminaliza con fines aviesos, y que no existe evidencia de que los interiores sean inseguros (cuando no sólo existe, sino que es aplastante, como la revisión de veinte estudios llevada a cabo hace poco). Estos hosteleros, tontos útiles del neoliberalismo y/o desesperados seguidores de la Flautista de Hamelín del Manzanares, han preferido levantar la voz contra la ciencia antes que contra las administraciones que les dejan desamparados. Suelen ser los que juegan en la superliga de los 'michelinizados', de los mediáticos, o de la alta facturación, y que se aplican una doble vara de medir que les permite, entre otras lindezas, sustentarse en el trabajo no remunerado de los 'stagiers' (práctica que, por cierto, el Parlamento Europeo dijo en otoño que era explotación), mientras a su lado nunca se escucha la voz del pequeño autónomo o la del empleado precario, o simplemente del que no sigue la línea oficial. 

La hostelería pasa por una crisis excepcional y durísima. Es urgente que se adopten medidas que puedan aliviarla, como alargar el horario de las terrazas, y otorgar más y mejores compensaciones para el que esté cerrado. Pero quienes justifican riendo que muera gente como única vía para salvar los muebles, se merecen la misma empatía que dispensan: ninguna.