La nota

Castigando a Aragonès

JxCat quiere desgastar al candidato republicano y pretende que, como Torra, quede condicionado por Puigdemont

Pere Aragonès, en un descanso de la segunda sesión del debate de investidura

Pere Aragonès, en un descanso de la segunda sesión del debate de investidura / Josep Lago / AFP

Joan Tapia

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Junts per Catalunya impidió este martes por segunda vez la investidura de Pere Aragonès. Se abre así un tiempo -hasta el 26 de mayo- en el que todavía se puede elegir 'president'. Caso contrario, habrá nuevas elecciones en julio.

¿Qué pretende Puigdemont? Primero, desgastar a Aragonès y relativizar la victoria de ERC. El doble veto indica que el triunfo republicano es estéril sin el aval de JxCat. Y que también es irrelevante el acuerdo con la CUP. ERC ganó por un escaño (33 a 32) y los de Puigdemont creen que eso es un empate. Están dispuestos a investir a Aragonès, pero solo si acepta sus condiciones. Y el periodo que se abrió este martes será corto o largo en función de cuándo y cuánto trague ERC. 

JxCat dice -sin explicitarlo- que Aragonès es ya un pato cojo. No podrá hacer nada sin el visto bueno de Waterloo. Y ERC ha quedado, por su propia culpa, entre la espada y la pared al no haber dejado abierta ninguna otra puerta. Ni un conato de encuentro con el PSC, ni un diálogo serio -solo vaga solidaridad izquierdista- con Jéssica Albiach. Y además pagó por anticipado entronizando a Laura Borràs de presidenta del Parlament, un cargo muy relevante en este momento, sin obtener ni una promesa pública a la investidura de Aragonès. 

ERC se puso en manos de JxCat -apostando por la unidad independentista- y ahora Puigdemont aprieta las clavijas. Solo él puede plantear con autoridad la estrategia del independentismo ante España.

Este es el otro objetivo del doble veto. Aragonès puede administrar la Generalitat, pero la estrategia independentista debe definirla el fantasmal Consell per la República (CxR), del que Puigdemont se digna a negociar alguna modificación. Pero, eso sí, con la ANC dentro. No tiene ningún escaño, pero encarna las auténticas aspiraciones catalanas.

Y no solo es el CxR. JxCat exige que la política parlamentaria en Madrid -donde ERC tiene 13 diputados y JxCat 4- sea consensuada entre las dos fuerzas y ERC quede maniatada. Así la famosa mesa de diálogo, que ERC arrancó al PSOE al negociar la investidura de Pedro Sánchez, no habría visto la luz nunca pues Puigdemont se opuso desde el primer momento. Y ERC tampoco habría podido votar -sin permiso de Waterloo- los Presupuestos de Sánchez que han blindado por un tiempo el Gobierno de izquierdas de Madrid.

Quizás Puigdemont exige tanto porque se siente débil. En las elecciones de 2017 quedó segundo, tras Arrimadas, pero delante de ERC. Cuando se volvió a presentar -en las europeas de 2019- le dio un revolcón a Oriol Junqueras. Cuando él era candidato ganaba, y poco importaba que ERC adelantara a JxCat en las municipales, celebradas el mismo día que las europeas. O en las legislativas. Pero ahora Puigdemont -que quiso liderar, por encima de Laura Borràs, la lista de JxCat- ha perdido no solo ante Aragonès, un hombre de Junqueras, sino también -y por más distancia- ante Salvador Illa, el candidato del PSC.  

Ha quedado tercero y puede pensar que si ahora no ejerce el poder de veto para reafirmar su autoridad sobre el soberanismo se convertirá en un Tarradellas de cuando el plan de estabilización, mucho antes de la enfermedad de Franco y de las elecciones de junio de 1977. 

ERC le ha reforzado al abrazar el dogma de que fuera del independentismo no podía haber una investidura digna. El forcejeo será duro y no se puede descartar nada. Puigdemont se juega su supervivencia como actor principal pues Torra fue solo un 'president' vicario. Y ERC no quiere que Aragonès sea un segundo Torra, un 'president' en libertad vigilada. 

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