La deriva de la política catalana
La hija del ‘procés’
Su ‘relato’ atenaza incluso a aquellos que, como es el caso de ERC, apuestan por la “vía amplia” y les impide dar un golpe de timón en el viaje a Ítaca
Rafael Jorba
Periodista. Secretario del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Rafael Jorba
Suma y sigue. Así titulaba mi primer análisis tras el 14-F. Constataba dos evidencias: el PSC había ganado, pero el independentismo lograba la mayoría absoluta de escaños y, por primera vez, de votos. Otros analistas destacaban que se abría la puerta del diálogo y la transversalidad: el pacto sellado por los partidos ‘procesistas’ conjurándose a no pactar “en ningún caso” un Govern con Salvador Illa era solo papel mojado. Sin embargo, en paralelo, Pere Aragonès insistía en que un pacto con el PSC “es imposible” y Oriol Junqueras decía que ERC y PSC “son las dos fuerzas más contrapuestas del Parlament”.
Mi análisis, basado en los hechos, contrasta con otras interpretaciones hechas a partir del “optimismo de la voluntad”, es decir, el deseo de que se articule una mayoría de progreso en Catalunya. No se trata de contraponer ese optimismo al “pesimismo de la inteligencia”. Son dos términos que, en su día, acuñó Antonio Gramsci, referente teórico del comunismo italiano. Mi pesimismo no se basa en la inteligencia, que no me atribuyo, sino en otro concepto gramsciano de mayor peso objetivo: la “hegemonía cultural”. Las izquierdas catalanas han perdido esa hegemonía –el ‘relato’, se dice ahora– ante la “hoja de ruta” independentista.
Muertos de rabia
Este relato se ha proyectado durante la última década en TV3, la pantalla del ‘procés’. Solo un ejemplo reciente: el 22 de febrero pasado, en plena protesta por el caso Hasél, una joven se presentaba a sí misma como hija del ‘procés’ y articulaba el siguiente discurso en la tertulia de ‘Tot es mou’: “No se queman contenedores porque sí, no se rompen cristales porque sí, no se cometen actos vandálicos porque sí... Todas estas cosas se hacen porque los jóvenes estamos muertos de rabia. Es una rabia que sale de la miseria que habéis estado sembrando vosotros durante todo este tiempo”.
La joven, de 22 años, precisó que “el problema no va contigo”, en alusión a la moderadora del programa, Helena Garcia Melero. La periodista, en ejercicio de su labor profesional, preguntó: “Todo lo que estás reivindicando, ¿no crees que sin violencia se reivindica igual?”. La respuesta: “¿Cómo debe reivindicarse igual? Si con violencia no nos están escuchando, ¿cómo habrían de escuchar lo que nosotros pudiésemos llegar a decir solo hablando?”. “Ahora hablo del tema del independentismo: hemos estado 10 años saliendo pacíficamente y no ha pasado nada (…) Solo quiero decir que no tenemos nada que perder”, concluyó.
Un lastre
Puede que la ‘influencer’ Juliana Canet –así se llama esta joven– no tenga nada que perder, parafraseando el Manifiesto Comunista, como no sea sus cadenas (aparte de los honorarios que factura a TV3 y Catalunya Ràdio). Su discurso, aireado regularmente desde los medios audiovisuales de competencia de la Generalitat, es parte de un relato que ahora atenaza incluso a aquellos que, como es el caso de ERC, apuestan por la “vía amplia”. El relato que les encumbró –el “Estado autoritario”, la “España nos roba”, el lema ‘Lo volveremos a hacer’– les impide soltar lastre y dar un golpe de timón en el viaje a Ítaca.
Y una acotación: sé muy bien que la sociedad catalana es plural; también sus jóvenes. Sé que este discurso no se corresponde con el de muchos jóvenes que a diario buscan trabajo, aunque sea precario. Desde esta óptica, utilizar la pobreza para no condenar la violencia es una actitud intelectualmente miserable. Vale para esta joven y para los políticos que alimentan su relato. El deterioro del espacio público y el saqueo de comercios esconden también una crisis de opulencia.
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