La Tribuna

El fantasma de las corrupciones pasadas

La estrategia de pasar y ver con la que Rajoy sobrevivió durante años ya no le sirve a Pablo Casado: solo se sostuvo por un oligopolio de la derecha que ya no existe

Casado acusa a Sánchez de filtrar las acusaciones de Bárcenas por la campaña catalana

Casado acusa a Sánchez de filtrar las acusaciones de Bárcenas por la campaña catalana- /

Antón Losada

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Los casos de corrupción plantean un dilema a los partidos: hacer limpieza y airear la casa o atrancar puertas y ventanas a cal y canto para aguantar como sea hasta que pase la tormenta. Cuando la corrupción se ha institucionalizado y convertido en el modelo de gestión, la cuestión ya no es elegir; sobrevivir es el problema. Eso es exactamente lo que le está sucediendo al Partido Popular. Mariano Rajoy corrió durante diez años hasta que el fantasma de las corrupciones pasadas le atrapó y le abatió. Pablo Casado apenas ha podido esprintar un par de años. El ciclo se acelera. Ya no se trata de la caja b, o lo que diga un tesorero airado o acabe dictando la Justicia; se trata de continuar vivo como sea. 

Ante los escándalos de corrupción, las organizaciones políticas deben gestionar dos demandas contradictorias. El entorno, los medios, la opinión pública y los competidores reclaman que se haga limpieza, se asuman responsabilidades, se devuelva lo robado y se castigue a los ladrones. Todo se conjuga en imperativos de penitencia, arrepentimiento y propósito de enmienda. Desde el otro lado de la cuerda, los cuadros y los militantes esperan y demandan amparo, afecto y protección porque todo lo hecho fue "por el bien del partido". Todo se sustantiva en conceptos como honorabilidad, obediencia debida y jerarquía.

Fregar a fondo satisface a los de fuera, pero alarma y siembra la desconfianza entre los de dentro, temerosos de ser los siguientes en caer a mayor gloria del líder. Higienizar de manera controlada apuntala que, dentro de la organización, no se desencadene una carrera de arrepentidos y delatores para salvar la cabeza antes de que se la corten. La experiencia comparada nos enseña que los partidos tienden a decantarse por el camino de en medio. Hacer que enjabonan para poder decir que están baldeando y abrazarse mucho unos a otros para dejar claro que navegan todos en el mismo barco, soportando la misma tormenta.

Esa fue la estrategia elegida también por los populares. Tras pasar las obligadas fases de negación -"Todo es mentira, por nuestra vida y nuestro honor"-, conspiración –"No es una trama del PP, es una trama contra el PP"- y repudio -"Esa persona de la que usted me habla"-, se trataba de plantar un cortafuegos, capear el temporal y controlar los daños a base de unidad. Bárcenas no es ningún pardillo. Sabía perfectamente que si era la persona mejor pagada de la sede popular de Génova no se debía a su inteligencia, sabiduría financiera o gusto artístico; se le tan bien pagaba para sacrificarse y ser cabeza de turco si llegaba el caso.

El plan funcionó. Ayudado por el derrumbe del zapaterismo, la Gran Recesión y la recuperación del poder, el impacto electoral resultó más que asumible para los populares. Ya no nos acordamos, pero sostener que en España la corrupción no se castigaba se convirtió en el mantra omnipresente en las tertulias más finas. Aunque el éxito resultó efímero. Si el PP aguantaba electoralmente no se debía a la laxitud moral de los españoles sino a su oligopolio del espacio de la derecha. La aparición de un competidor electoral con posibilidades lo cambió todo; Vox lo ha cambiado todo. Lo más irónico es que le abrieron la puerta los propios populares con su errática estrategia de competir con los ultras en la toxicidad del mensaje. Sumen a eso la irrupción de los nuevos partidos sin pasado de corrupción, la recuperación económica y el ascenso de Pedro Sánchez y se antoja fácil comprender por qué la estrategia de pasar y ver ya no le funciona a Casado.

La noche del 14-F puede ser una película de terror en la sede de los populares

La posibilidad de un 'sorpasso' de Vox en Catalunya ha dejado de suponer una amenaza fantasma. Bárcenas carece de incentivos para sacrificarse por la causa popular, aunque sí todas las ganas del mundo de ajustar cuentas; ni siquiera necesita probar nada, le basta con pedir un careo para desatar el pánico. El entusiasmo con el cual medios del entorno popular madrileño acogen sus revelaciones cuanto más dañan a Casado indica que la venganza del tesorero no conviene únicamente a los competidores externos. La noche del 14-F puede ser una película de terror en la sede de los populares; pagada en A o en B, dará igual.

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