BARRACA Y TANGANA

Comprometerse

En el fútbol, pase lo que pase y le vaya como le vaya a tu equipo, medra siempre alguna angustia

Koeman y Messi se saludan tras un partido.

Koeman y Messi se saludan tras un partido. / FC Barcelona

Enrique Ballester

Enrique Ballester

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Se me juntarán las celebraciones del final del coronavirus, calculo, con la crisis de los cuarenta. Todo apunta al desastre, me estoy dando cuenta. Se me juntará lo del derroche, el desenfreno y el descontrol pospandémico con el estar casi calvo pero no aún del todo, con la inmadurez infinita y con un tercer hijo, quizá, para rematar el cóctel. Todo apunta al ridículo, lo dirían las encuestas y las casas de apuestas. Se me juntará la inercia de la euforia colectiva con un previsible vacío existencial. Todo apunta al divorcio, la verdad, a quién queremos engañar.

Pero quién sabe, igual no. Igual salta la sorpresa y ni tan mal. Igual rompo los pronósticos y me lo tomo con responsabilidad. O igual sí, igual se convierte en una de esas cosas que ves venir muy lentamente y aún así te engullen porque no te sabes apartar, porque no lo puedes remediar.

Estabilidad contra carambola cósmica

Frente a la incertidumbre vital, a menudo, lo mejor es no pensar. Lo vemos en el fútbol, donde pase lo que pase y le vaya como le vaya a tu equipo, medra siempre alguna angustia. Yo la padezco en cualquier planteamiento de temporada. Cuando pasan unos meses y a tu equipo le va muy bien porque es bueno, e interpretas que para ganar algo, para lograr el objetivo, solo se necesita que no se rompa nada y siga todo igual, que no se lesione nadie ni suceda nada raro, entonces avanzas en la temporada temiendo ese momento fatal que destroce el equilibrio y lo envíe todo al aire. 

Cuando, en cambio, a tu equipo le va mal porque es realmente malo y entiendes que para sobrevivir al fuego necesitas que ocurra algo extraordinario, que asome un golpe de suerte, que no gane el mejor y que los rivales se peguen un tiro en el pie, en ese caso, te martirizas implorando una carambola cósmica que evite el descalabro. Y lo mejor es no pensar, si se puede, porque lo otro es insano y duele.

Ser lo que quieres ser

Frente a la incertidumbre, casi siempre, lo mejor es encontrar una certeza más fuerte. Me contaron que Kaydy Cain suele explicar que se tatuó la cara, de chaval, para obligarse a ser lo que quería ser, para evitar distracciones estériles. Con la cara tatuada ya no podría dedicarse a robar, porque lo reconocerían muy fácil por las calles, y tampoco tendría nunca un trabajo normal con un cucurucho de tinta entre el moflete y la frente. Así, cada vez que se miraba al espejo y veía la cara tatuada en el reflejo, sabía que debía centrar toda su energía en conseguir ser lo que quería ser, que debía esforzarse para ser lo suficientemente bueno para vivir de la música, como ahora en el presente. Tenía que salvarse él, tenía que apañarse; esa era entonces la certeza más fuerte.

Todos los equipos, pienso, necesitan un equivalente. Algo que les obligue a ser lo que tienen que ser, y nada más que eso, pero serlo bien, porque la otra opción es solo la muerte. Ese algo puede ser un entrenador. Conviene que sea un entrenador. Pienso también que todos necesitamos en algún momento de nuestra vida algo semejante. Algo que nos centre y que nos fuerce. En los mejores casos no hace falta ni sufrir una pandemia ni llenarte la cara de tatuajes, en los mejores casos, pero no siempre. En el fútbol, la música o la pareja, en lo que sea: el caso es encontrar la fuerza para comprometerse.