El asalto al capitolio

Saber perder

El trumpismo deja dos avisos: la combinación explosiva de desigualdad y sectarismo

MINIATURA FOTO CAPITOLIO

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Olga Merino

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En la embajada francesa de Londres, cuelga un cuadro de Alexandre Cabanel titulado 'El ángel caído' ('L'angedéchu', 1868). Hambriento de poder, cegado por la ambición, el ángel decidió rebelarse contra la jerarquía celestial, desencadenando un golpe de Estado que acabó desplomándolo desde las nubes hasta la Tierra dura y polvorienta. Aparte de la espléndida anatomía de Lucifer, el «portador de la luz», lo más interesante del cuadro radica en la mirada iracunda del vencido, un solo ojo enrojecido del que asoma una lágrima, más cargada de rabia que de tristeza por la pérdida. Inteligentísimo y muy bello, el ángel adolecía del pecado satánico por excelencia, del que emanan todos los demás: la soberbia.

No sé ver nada hermoso en el derrotado Donald Trump. Por lo que respecta a su cacumen, aunque lo han llamado «maldito imbécil» o «idiota rodeado de payasos», el expresidente de Estados Unidos ha demostrado disponer de esa fina agudeza de la calle, de una inteligencia cínica que ha convertido en pesadilla sus cuatro años de mandato, clausurado con un clímax de infarto. Lo que faltaba en este interludio pandémico: una multitud, espoleada por su discurso sulfúrico, al asalto del Capitolio, mientras en el interior se procedía a confirmar en sus cargos a los demócratas Joe Biden y Kamala Harris. De entre la horda sobresalía un individuo con el torso desnudo, disfrazado de guerrero sioux con una cornamenta de búfalo en la cabeza, apropiándose así de un símbolo ajeno al grupo que representa, el de la supremacía blanca y 'testosterónica'. Parecía un tropel desquiciado pero, ojo, que 74 millones de votantes respaldan el trumpismo. ¿Qué piensa hacer el Partido Republicano al respecto? ¿Es ya demasiado tarde? 

Parecía un tropel desquiciado pero, ojo, que 74 millones de votantes respaldan el trumpismo

El mandato de Trump ha puesto en evidencia cuáles son los males que atenazan a la democracia. Por un lado, la gasolina de alto octanaje que representa la desigualdad extrema, la impotencia de esas masas de blancos empobrecidos, el 'whitetrash' arrinconado por la globalización y el desinterés de las élites, presa fácil del engaño, de la consigna incendiaria: los inmigrantes os roban el trabajo, 'mak Americagreatagain', que América vuelva a ser grande. Por el otro, el peligro de convertir la disensión, sana e incluso necesaria en el juego democrático, en un sectarismo extremo encerrado en su matraca, incapaz de escuchar otro discurso que el suyo. Aquí, en casa, sabemos bastante de política serrucho, rac, rac, rac, de chats de militares que hablan de fusilar a 26 millones de personas.

Un fenómeno conocido, ante el que no se puede bajar la guardia. Ya lo advirtió el escritor vienés Stephen Zweig en su libro de memorias, 'El mundo de ayer': «He visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea».¿Tomará alguien nota? 

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