Valores enfrentados
¿Qué se juega Estados Unidos en estas elecciones?
Tanto demócratas como republicanos insisten en que el 3-N es un referéndum sobre algo tan elusivo como 'el alma de América'
Pedro Rodríguez
Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas y excorresponsal en Washington.
Pedro Rodríguez
Desde los tiempos de las 13 colonias, que al ganar su independencia dieron lugar a Estados Unidos, América ha sido muchas cosas. Para los puritanos, supuso libertad religiosa, poder recrear la vida de los primeros cristianos y establecer una ejemplar separación entre Iglesia y Estado. Para los aristócratas ingleses fue la gran oportunidad de trasplantar al Nuevo Mundo la férrea y desigual estructura de poder del Viejo Mundo. Para mercaderes y personas con influencia en Londres, un gran negocio. Y para los más pobres, su única posibilidad de acceder a la propiedad de tierras y construir una vida con autonomía y dignidad.
Cuando Estados Unidos declaró su independencia en 1776, el mismo año en que se publicó 'The Wealth of Nations', Adam Smith tenía claro que la aventura de América era “uno de los acontecimientos más importantes registrado en la historia de la humanidad”. Aunque como padre del pensamiento económico moderno, el moralista escocés no se resistió a contabilizar enormes beneficios, para que millones de europeos pudieran disfrutar de la vida, pero también grandes desgracias y toda clase de injusticias, empezando por los millones de africanos convertidos en esclavos.
Desde el minuto cero, la idea de libertad será central en la excepcionalísima tradición de Estados Unidos como ejemplo para todo el mundo. Con la lujosa ventaja, según ha explicado el lingüista Geoffrey Nunber, de disponer no solo de una sino de dos palabras con matices diferentes para esta obsesión tan americana: 'liberty' (de raíz latina que implica un sistema de reglas asociado generalmente a la vida política) y 'freedom' (anglosajona y con un significado más amplio que abarca desde la oposición a la esclavitud a la eliminación de limitaciones en un ámbito más personal). Como dijo John Smith, líder del pionero asentamiento en Jamestown y novio de Pocahontas, “ningún hombre se irá de Inglaterra para tener menos libertad”.
Por supuesto, estas dos palabras –'liberty & freedom'– han sido definidas y redefinidas a lo largo de los más de dos siglos de historia de este fascinante experimento político. Para los fundadores de Estados Unidos, 'liberty' será el valor fundamental americano. Así se señala en la Declaración de Independencia: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Entendida como virtud y cumplimiento del deber sin resultados garantizados.
Para los fundadores, la 'liberty' sería el valor fundamental de la nueva nación
Abraham Lincoln, Frederick Douglass, las sufragistas que consiguieron el voto para las mujeres en 1920, Franklin Delano Roosevelt, Barry Goldwater, Martín Luther King, Ronald Reagan, los Bush y Barack Obama entre otros han participado en la evolución de este concepto quintaesencialmente americano. Aunque como ha explicado el historiador Eric Foner, con su elegante elocuencia, la libertad es un concepto tan fundamental de Estados Unidos que ningún bando político ha conseguido monopolizarlo.
Quizá por esta razón, ante las preocupantes elecciones convocadas para el 3 de noviembre, tanto demócratas como republicanos insisten en el mismo argumento: estos comicios en realidad son un referéndum sobre el alma de Estados Unidos. En una sociedad, mucho más descontenta y dividida que hace cuatro años, lo importante no es quién va a sumar una mayoría de 270 votos en el Colegio Electoral sino preservar algo tan elusivo como 'el alma de América'.
El presidente se ha dedicado a profanar los valores, principios y prácticas que hicieron de EEUU un santuario para su propio pueblo y un referente para el resto del mundo
Tal y como argumentaba recientemente el 'New York Times', en un país de tradición cristiana pero cada vez más secular según los estudios del Pew Research Center, “la votación se ha convertido en un reflejo de la moralidad individual y el resultado depende en parte de cuestiones espirituales y filosóficas que trascienden la política: ¿Cuál es, exactamente, el alma de la nación? ¿Cuál es su estado? ¿Y qué significaría salvarla? Las respuestas van más allá de un eslogan de campaña, más allá de la política y de noviembre, y apuntan a la identidad y el futuro del experimento americano en sí, especialmente ahora, con una pandemia que ha minado el ánimo del país”.
Donald Trump, en búsqueda del voto evangélico que tanto necesita, se presenta como el defensor de una América cristiana asediada como nunca en sus 243 años de historia. Para Joe Biden, se trata de volver a mostrar que “América sigue siendo un faro de luz”. Especialmente tras cuatro años, en los que el presidente se ha dedicado a profanar los valores, principios y prácticas que hicieron de Estados Unidos un santuario para su propio pueblo y un referente para el resto del mundo.
Ante este dilema trascendental, la verdadera cuestión a dirimir en las elecciones del próximo martes es qué país quieren los estadounidenses.
*Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas.
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