Análisis
Esto no era un paréntesis (impacto psicológico del toque de queda)
Podemos pensar la pandemia como un acontecimiento disruptivo que ya no tiene retorno al momento anterior. Parecen malas noticias pero quizá no son tanto: nos devuelven el control
José Ramón Ubieto
Profesor de Psicología de la UOC y psicólogo clínico y psicoanalista.
José Ramón Ubieto
Parecía un paréntesis pero no lo es, parecía que en nada volveríamos al relato, que despertaríamos solos de este mal sueño -sin necesidad de hacer nada-, pero lo cierto es que seguimos dormidos en él. Daniel Defoe, en su diario de la epidemia de peste que asoló Londres entre 1664 y 1666, describe con precisión fenómenos que estamos viviendo ahora: el miedo, los engaños -'fake news'- de la época, la caridad inicial, devenida cinismo posterior, la tristeza y pesadumbre de sus habitantes, las huidas a la campiña. No hemos cambiado tanto en más de 300 años.
Esta nueva etapa de <strong>toque de queda </strong>y nuevos confinamientos aviva los peores presagios porque además, y camino del invierno, acumulamos ocho meses de incertidumbre y pérdidas. Demasiado tiempo y demasiados duelos por hacer sin que tengamos ninguna idea clara sobre el final.
El cansancio se aprecia en el cuerpo y toma formas diversas, desde la misma fatiga física hasta cierto enlentecimiento cognitivo que hace que las tareas intelectuales nos cuesten más. También el ánimo se resiente y oscila entre la desesperanza de lo que se anhela y no llega y cierto empuje maníaco a hacer como si fuera la última posibilidad: salidas de fin de semana, fiestas o celebraciones. Entre la melancolía de lo que se intuye como perdido y la euforia por recuperarlo de golpe. Tampoco faltan los miedos y temores, fácilmente reactivados por cualquier alarma mediática o por la noticia de un vecino contagiado. Miedos que despiertan respuestas fóbicas que favorecen el retraimiento y la distancia, incluso una cierta sospecha de que el otro es un peligro a sortear.
No falta tampoco la indignación y la protesta, que cada cual tramita y canaliza con su estilo. Desde los que la reservan para los comentarios en 'petit' comité o las traducen en reflexiones más amplias hasta los que la expresan con furia y abiertamente, desafiando las prohibiciones, ignorando los límites propios del virus.
La pandemia como acontecimiento disruptivo
Para usar el término que Clayton Christensen popularizó: disrupción -entendida como cambio abrupto-, podemos pensar la pandemia como un acontecimiento disruptivo que ya no tiene retorno al momento anterior. Por eso, lo primero sería hacernos cargo de que no era un paréntesis y de aquí que la nostalgia, si alguien confiaba en ella, resulte estéril, al igual que la espera pasiva. Nadie vendrá a salvarnos, ni con su carisma ni con sus invenciones tecnológicas. Y además, lo perdido ya es irrecuperable como tal.
Parecen malas noticias pero quizá no son tanto. Nos devuelven el control, la capacidad de hacer nuevos planes, ajustados a las posibilidades, pero más orientados a la resonancia que a la aceleración. Hartmut Rosa analiza esos dos fenómenos y coincide con otros pensadores como Han, que escribió sobre 'La desaparición de los rituales' para repensar la productividad sin límite.
Un plan requiere identificar lo esencial, que siempre tendrá acentos singulares pero que a buen seguro tendrá elementos compartidos: mantener los vínculos es uno de los principales, porque de los lazos obtenemos una orientación y un apoyo. No suspender los proyectos iniciados, aunque se reduzcan, porque la continuidad genera una rutina productiva. Mejorar las maneras de hacer y reinventarlas cuando sea preciso, como muestra de 'work in progress', contrario a la rutina que mortifica y aburre.
También cabe incluir un tiempo para lo improductivo, el 'otium' que no es 'negotium'. Hoy el ocio también funciona, muchas veces, como trabajo productivo porque busca la excelencia del rendimiento. Lo vemos en las competiciones deportivas, de vídeojuegos, de cocina o viajes a toda velocidad para no perderse nada. Pero aún sigue habiendo la posibilidad de ocios inútiles, con amigos, familias, solitarios. Lo inútil es el resorte del juego infantil, eso que divierte, enseña, mata el tiempo y, aunque aparentemente no sirve de nada, produce placer. Hoy, el placer no sobra y el ocio siempre resulta ser, para nuestros ideales y nuestro superyó, menos exigente y tiránico que la productividad.
Finalmente, si tenemos restringida la presencia cuerpo a cuerpo, podemos optimizar lo digital, adaptarlo a nuestro estilo de comunicación, de encuentro, o de modo de satisfacción. Podemos usarlo en todas sus variantes (chats, webs, RRSS, apps) a condición luego de prescindir de él. Lo digital es una buena herramienta siempre que nos recuerde la presencia, que la evoque sin sustituirla.
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