Brahim

Brahim Menzou es un joven magrebí. Elisenda Colell relataba para los lectores de EL PERIÓDICO su vida atropellada. Muerte del padre a los dieciséis años, penurias económicas de la familia, abandono de los estudios, trabajo, patera y llegada a España, ese lugar soñado donde podría labrarse un futuro y enviar dinero a casa… ese lugar donde se le vetaba el acceso al mundo laboral y acabó viviendo en la calle. Podemos mirar a Brahim y ponernos en guardia. Nos robará. Nos apuñalará. Su rostro es como el de ellos. Ellos. Esos. Ya sabemos, todos iguales.

O podemos escuchar a Brahim y sabremos que forma parte de un proyecto impulsado por el Ayuntamiento de Barcelona. Estudia catalán y castellano, se forma en administración de empresas, reparte alimentos en el Raval como voluntario y ahora vive con una vecina de 79 años que aceptó el reto de darle techo. Él la cuida y le ofrece compañía. Brahim solo es él. Igual que cada uno de los jóvenes migrantes tiene un rostro propio y una trayectoria particular. Podemos bajar la guardia y tender una mano. No es buenismo, es asumir la realidad y modelarla para que todos vivamos mejor.

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