Peccata minuta
Pare Manel
Las personas como Manel Pousa no deberían ir al cielo, sino quedarse aquí para siempre, acompañándonos
Joan Ollé
Director teatral
Nos conocimos hace casi medio siglo en un 'cau' de adolescentes de la parroquia de Sant Josep Oriol, en la calle de Villarroel, donde Merce Poal, Jordi Millà y él hacían de “monitores”; ellos, que rondaban los 25, nos regalaban su tiempo para acompañar nuestros 15. Pousa acababa de regresar con Carles Flavià de Paris, donde cursaron Teología. Contra lo que podría suponerse, la religión nunca fue el tema principal de nuestros encuentros, sino la música (corría mucha guitarra por allí), los libros (Hermann Hesse…), la política (Franco aún dictaba penas de muerte), enamorarnos… Merce me hizo conocer a Leonard Cohen y Jordi el mundo de los boleros, que interpretaba con gran sentimiento en nocturnas sobremesas presididas por una botella de Torres 5. Manel cantaba como una rana y hablaba liso y llano salpimentando sus palabras con tacos y alguna que otra “hostia”, cosa que nos sorprendía; pero cuando se escapaba algún “'Me cago en Déu'”, siempre se mostró poéticamente rotundo: “'Nen, si et cagues en mon pare, jo em cagaré en el teu'”.
Organizamos recitales de cançó y obras de teatro amateur en busca de fondos para un viaje de fin de curso. Fue en aquel momento cuando Pousa empezó a entrar en contacto con el mundo de la farándula. Una vez disuelto el grupo nos prestó casi a escondidas un local de la parroquia para los primeros ensayos del primer Dagoll Dagom.
El resto es conocido: su amistad fraternal con el comecuras Rubianes, Serrat, Flavià, El Tricicle, Pep Molina, Manel Fuentes… siempre dispuestos a encaramarse al escenario al grito de “Guanya't el cel amb el pare Manel!” para que él pudiese dilapilar la taquilla en la ayuda, tabaco incluido, a los presos, acogiendo a gente en su casa u organizando colonias de verano para los más pequeños. Cuando salió a la luz que había acompañado a una chica sin recursos a abortar, el cardenal Sistachs amenazó con excomulgarle. En más de una ocasión le pregunté por qué no se apartaba de la Iglesia y seguía de por libre; me respondió que las sotanas -prenda que, desaliñado, nunca usó- seguían creando respeto. También nos confió a Montserrat Tura y a mí, hablando del celibato, que San Pedro no le dejaría entrar en el reino de los cielos por no haber amado más.
Las personas como él no deberían ir al cielo, sino quedarse aquí para siempre, acompañándonos. Si se reclama el Nobel de la Paz para Trump y Pepe Rubianes tiene una calle a su nombre, propongo la inmediata canonización de mi amigo Manel Pousa i Engronyat.
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