Destituciones y olvidos
Cultura rima con tortura
El menosprecio al sector de la cultura ha llegado a tal extremo que el Govern ni siquiera se ha tomado la molestia de dar una sola justificación del relevo en la 'conselleria'
Ernest Folch
Editor y periodista
En Catalunya decimos que queremos ser la Dinamarca del Sur, pero tratamos la Conselleria de Cultura, y el sector cultural por extensión, como si fueramos Uganda del Norte. Lo más notorio que la Generalitat ha hecho con esta 'conselleria' ha sido batir todos sus propios registros: con el cese de Mariàngels Vilallonga se ha conseguido el dudoso récord de nombrar la quinta ‘consellera’ en cuatro años. Hubo un cese forzado por el 155 (Lluís Puig, hoy en el exilio), pero los otros relevos son variantes de una regla política infalible: traficar con la cultura y convertirla en moneda política, siempre devaluada, para inconfesables intercambios de poder.
El menosprecio al sector de la cultura ha llegado a tal extremo que el Govern ni siquiera se ha tomado la molestia de dar una sola justificación del relevo, quizás porque presupone con razón que no le importa a nadie. La conocida como 'maría' de las ‘conselleries’ ha servido esta vez para enmascarar la defenestración de<strong> Àngels Chacón </strong>por motivos partidistas, acompañar al cese cantado de<strong> Miquel Buch</strong> dar suficiente empaque a una remodelación de gobierno en un momento en el que se esperaban elecciones.
Todas estas maniobras de primero de maquiavelismo llegan en un momento crítico del sector en plena pandemia: mientras se permite que los aviones o los autobuses vayan abarrotados, los teatros, los cines y las salas de conciertos languidecen por culpa de las duras limitaciones en el aforo, y se dejan colgados en el sector del libro los múltiples planes de fomento de la lectura que cada ‘conseller’ trata de impulsar sin que le dé tiempo a culminarlo. Eso sí, músicos, pintores, actores y escritores básicos para sostener nuestro tejido cultural e identitario son acusados a menudo de «subvencionados»: mientras se dicen estas sandeces olvidamos que en Catalunya se destina a la cultura solamente 30 euros por habitante (un ridículo 0,6% del presupuesto), mientras en Francia se destinan 456 euros, 15 veces más. Sí, en Catalunya, cultura rima con tortura. La que someten a un sector hastiado de ser menospreciado en la trastienda de la politiquería.
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