ANÁLISIS

Kamala y el aliento que le falta a Joe

Kamala Harris, en un acto en la Universidad George Washington en enero del 2019.

Kamala Harris, en un acto en la Universidad George Washington en enero del 2019. / periodico

Alfonso Armada

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Para entender a Estados Unidos en esta hora donde tantas paradojas e incertidumbres han hecho masa, novelas como Americanah, de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, son de gran ayuda. En ella leemos: "De todos los tribalismos, el que más incomoda a los estadounidenses es la raza. Si mantenéis una conversación con un estadounidense y queréis abordar algún tema racial que os parezca interesante, y el estadounidense dice: 'Ah, es simplista decir que es una cuestión de raza, el racismo es muy complejo', significa que quiere que os calléis".

Hija de un economista jamaicano y una experta en cáncer de mama nacida en el sur de la India, Kamala Harris, la segunda senadora negra en la historia de Estados Unidos, fue la primera mujer fiscal general de California. Harris tiene 55 años, mientras que Biden cumplirá 78 en noviembre: una horquilla de 23 años. Como recordaba The Economist antes de que se revelara su opción a ser la primera vicepresidenta norteamericana, su espinazo es de fiscal, alguien que cuando se dirige a sus votantes hace lo que haría ante un jurado popular de origen variopinto: "Aténganse a los hechos". Ante un país en el que muchos se sienten descolocados, Harris muestra algo no tan común en el espectro político: "darle a la gente una imagen de cómo puede ser el futuro, y hacerlo de tal forma que puedan verse dentro de ese futuro". Como todo fiscal que para que le elijan ha de seducir a la parte conservadora del votante, puede ser muy dura (lo padeció el propio Biden en las primarias demócratas, cuando fueron rivales) o cuando examinó en el Senado a los candidatos al Gobierno Trump. Inteligente, tiene encanto y es elocuente.

Cambios imposibles

Alguien que conoce bien la estratigrafía social estadounidense recalca que su personalidad es más significativa que su ideología. No representa al ala progresista y joven de los demócratas (que en su día le dio la espalda a Hillary Clinton y contribuyó a su batacazo), un sector imprescindible para asegurarse la victoria en noviembre. Sin embargo, coincide con otros rastreadores que "en tiempos de Metoo y Black Lives Matter presentar a una mujer no blanca a la vicepresidencia es un manifiesto radical". La agria reacción de Trump demuestra el acierto de Biden. Calificarla de izquierdista no encaja con su historial como fiscal. Aunque es cierto que se opuso a la pena de muerte para quien mató a un policía.

Rebecca Solnit, una de las ensayistas más brillantes de la última hornada (acaba de publicar Una guía sobre el arte de perderse) considera la incertidumbre como una liberación. Del mismo modo que nadie anticipó la caída del muro de Berlín, Solnit cree que la marea antirracista "está impulsado cambios que durante mucho tiempo parecían imposibles". Como que una mujer, negra, hija de inmigrantes, llegue a la vicepresidencia y se sitúe a tiro de la Casa Blanca ha dejado se ser inimaginable. El tándem Biden-Harris necesita primero derrotar a Trump, que ya ha avisado que está dispuesto a reventar el sistema para mantenerse en el poder, pero ha hecho que lo inimaginable parezca posible. Un gris Joe Biden ha demostrado tener imaginación y cultivar un bien precioso para una buena parte de la desnortada sociedad estadounidense: esperanza.