DESDE SANT ANDREU

Hormigas colonizadoras

Da la sensación de que los niños ya no volverán, sustituidos por estos insectos silenciosos, disciplinados, pequeños y obedientes

Varias familias del barrio de Sant Andreu de Barcelona, el pasado 26 de abril, primer día en que los niños pudieron salir a la calle tras 42 días de confinamiento

Varias familias del barrio de Sant Andreu de Barcelona, el pasado 26 de abril, primer día en que los niños pudieron salir a la calle tras 42 días de confinamiento / periodico

Marc Pastor

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Poco a poco, los niños han sido sustituidos por las hormigas.

Las debieron de despertar aquella verbena de Sant Joan que ahora parece tan lejana, como de otra era, una explosión de pólvora, de alegría, de reencuentros con abuelos, de promesas, de liberación, de verano. Entonces, los niños apenas salían en tromba, se apoderaban de las plazas y los parques, se miraban a los ojos unos a otros sin la mediación de ninguna pantalla, subían, se columpiaban, reían, se peleaban, se rifaban la balón, corrían, se ensuciaban, caían, se pelaban las rodillas.

Las hormigas los observaban a escondidas.

Los parques de los interiores de manzana cercanos a La Maquinista eran el Somme de los globos de agua. El pulpo de la Pegaso, el Kraken liberado. La explanada ante la biblioteca de Can Fabra, un acelerador de partículas que hacía colisionar bicicletas, 'skates' y patinetes.

Pero la tregua se rompe antes de tiempo.

Los rebrotes llegaron antes a las pantallas que a la calle. Y con ellos, el miedo no solo a la enfermedad, sino a quedarse sin vacaciones. El temor a volverse a cerrar, en casa, en el barrio, en la ciudad, a respirar el mismo aire de los últimos meses, ahora pesado y bochornoso.

La farmacéutica de la calle de Fernando Pessoa dice que no puede más, que necesita descansar antes de un otoño que huele a hidrogel y 'déjà vú'. Las tiendas que decidieron resistir durante agosto aparecen con la persiana bajada.

El sol se ceba sobre unas calles vacías.

Los niños abandonan el barrio.

Las hormigas toman el relevo.

Salen del matorral caótico que rodea las eternas obras de la alta velocidad. Caminan en fila india sobre un pavimento sulfúrico, buscando cobijo al abrigo de las losetas agrietadas por las raíces indomables de tipuanas y acacias. Un grupo escala la corteza. Otro se adentra en el arenero del parque infantil.

Hormigas de los colores de las cerezas, que lo invaden todo, que colonizan el barrio.

Da la sensación de que los niños ya no volverán, sustituidos por estas hormiguitas silenciosas, disciplinadas, pequeñas. Obedientes.