Opinión | Editorial
El Periódico
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Un Sant Jordi de bolsillo
En esta 'diada' de verano sin precedentes, no importa tanto saber qué escritores han triunfado, porque el triunfo es colectivo
La fiesta de Sant Jordi es, ante todo, un acontecimiento ciudadano, una celebración del civismo en las calles, con los libros y las rosas como protagonistas y también con otro protagonista esencial: el público que compra, pero también pasea, contempla el espectáculo de pueblos y ciudades celebrando la primavera. Todo eso se diluyó el pasado 23 de abril, en pleno estado de alarma, y sin posibilidad de salir de casa para disfrutar de la diada. Ya entonces, el sector del libro en su conjunto decidió hacer frente a la crisis con altas dosis de imaginación. Hubo repartos de libros a domicilio, pero sobre todo campañas para comprarlos de manera diferida, encargados a las librerías de proximidad para retirarlos después del confinamiento.
Fue una especie de proclama simbólica para evitar que el sector cayera en la depresión –moral y económica– que significaba no poder aprovechar uno de los días más significativos y comercialmente productivos del año. Las cifras, sin embargo, fueron devastadoras. En las librerías se vendió un 75% menos que en un año normal. Empezó a hablarse, en pleno confinamiento, de la posibilidad de celebrar un Sant Jordi de verano, con todas las incertidumbres que la fecha –el 23 de julio, día de Santa Brígida y San Valeriano– podía crear. Al levantarse las restricciones y entrar en la nueva normalidad, el sector impulsó definitivamente, en junio, el llamado Dia del Llibre i la Rosa, con la campaña 'Tot comença en una llibreria'. Desde entonces, principalmente en junio, las ventas han remontado (con aumentos de alrededor de un 15%), lo que hacía albergar esperanzas de que la nueva celebración estival iba a ser un éxito.
El impacto de los rebrotes, especialmente en Barcelona y su área metropolitana, con las consiguientes restricciones y consejos para evitar la movilidad, supusieron un golpe muy duro, con la cancelación de las paradas previstas en el paseo de Gràcia, epicentro de la nueva diada. Ese dia, el 17 de julio, todo parecía desmoronarse. Algunas librerías renunciaron a participar en la fiesta y en ciudades como Lleida o Figueres, aquejadas también por los nuevos casos de covid-19, se suspendió la celebración.
Sin embargo, la vitalidad del sector del libro ha hecho posible que el Sant Jordi de verano sea una realidad. Con múltiples inconvenientes, es cierto, pero con la idea que este día representa una «bombona de oxígeno» como ha declarado Patrici Tixis, presidente de la Cambra del Llibre. Bajo estrictas medidas de seguridad sanitaria, ha habido espacios habilitados para la celebración (como en Girona, Vic o Tarragona), librerías abiertas con firma de autores, con cita concertada o con libros ya firmados con anterioridad, novedades que habían quedado aparcadas por la pandemia y, en definitiva, el afán conjunto de preservar el tesoro de la cultura. Esta vez no importa tanto saber qué escritores han triunfado, porque el triunfo es colectivo. Celebrar de nuevo la lectura como elogio de la civilización, aunque haya sido un Sant Jordi de bolsillo.
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