Análisis

La industria catalana en la hora decisiva

A la vez que se salvan los muebles hay que visualizar los nuevos horizontes y las hojas de ruta a transitar

Fábrica de coches de Mercedes-Benz en Vance, Alabama, Estados Unidos.

Fábrica de coches de Mercedes-Benz en Vance, Alabama, Estados Unidos. / periodico

Guillem López Casasnovas

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La industria afronta hoy la hora decisiva. Lo que hemos tenido hasta ahora ha sido en parte la estructura propia de un medio clásico, de producción delegada, que servía también la demanda nacional, permitía exportaciones por su coste salarial inferior y era intensivo en empleo. No han importado demasiado la velocidad y las prestaciones del vehículo. Lo que nos viene en los próximos 10 años es la posibilidad de coger un tren potente, que sale de estaciones europeas, al que se nos permite subir siempre que cumpla determinadas condiciones. Estas conllevan requerimientos que no estamos seguros de poder satisfacer (4.0, green deal).

Se conjuga así en el presente una angustia de algo que teníamos y estamos a punto de perder con lo nuevo que aún tenemos que probar. Necesitamos, por tanto, que a la vez que el sector industrial salve los muebles que pueda, y que sea razonable llevar en el nuevo trayecto, un grupo emprendedor que visualice los nuevos horizontes y las hojas de ruta a transitar. Por eso empezamos a conocer más el qué que el quién y el cómo. Pero a menudo las iniciativas de los que se juegan la cartera predominan, en un recurso de defensa propia. Los otros, aún no se han podido agrupar y recibir el empuje de los gobiernos, en dinámica propia, voluntarista y con fuertes dosis de imaginación.

Y sobre esto, una pequeña reflexión. Es sabido que los rendimientos de las inversiones individuales son más altos cuando la sociedad tiene un capital de conocimiento mayor. Este puede ser parte de nuestro activo. El rendimiento social de la inversión es mayor que el rendimiento privado. Además, una innovación actual ayuda a otra futura, aún superior, si cuenta con el cobijo social, haciendo obsoleta la anterior: son las «economías de aglomeración».

La innovación disruptiva choca con los intereses creados del 'statu quo', con la inercia del conocimiento del pasado (a la hora, por ejemplo, de sustituir papel por ofimática, los miedos de migrar de las relaciones presenciales a las telemáticas, o de la reorganización de la manera tradicional de conducir los negocios); lo que normalmente juega en contra de la innovación. También juegan en contra los efectos colaterales que provoca la ruptura de una determinada inercia cuando un suministro general y en cadena es sustituido por un 'chip' autosuficiente en cada producto en particular. Pero cuando se desencadena la innovación disruptiva, poco a poco, acaba transformando el viejo orden de una manera exponencial.

El conflicto entre la tecnología tradicional y la nueva tiene aspectos intergeneracionales obvios, reflejados en el intento de conservación de la vieja manera de hacer (de quien no conoce  otra) respecto de los partidarios de la nueva (quienes ni siquiera ha conocido la vieja). Notamos que en democracia, la gerontocracia puede ser decisiva contra el progreso: si el envejecimiento de las clases dirigentes domina el espectro electoral y el de la inversión del capital acumulado, es probable que estas se resistan a la introducción de nuevas tecnologías que pueden acabar apartando del poder a esta misma gerontocracia dominante. 

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