CRISIS EN LA POSCONVERGENCIA

Aquel largo tren de CDC

David Bonvehí y Carles Puigdemont, durante su reunión en Waterloo, en enero del 2019

David Bonvehí y Carles Puigdemont, durante su reunión en Waterloo, en enero del 2019 / periodico

Rafael Jorba

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El mundo posconvergente está en recomposición. Los daños colaterales del 'procés' afectaron primero a CiU -la coalición estable entre CDC y UDC- con la salida de los democristianos, su desaparición de la escena política y una recomposición parcial a través de Units per Avançar. El sábado, en el espacio de la antigua Convergència, empezó su andadura el Partit Nacionalista de Catalunya (PNC).

Marta Pascal, nueva secretaria general del PNC, había abandonado hace dos años la dirección del PDECat al perder la confianza de Carles Puigdemont. Entre tanto, en la formación posconvergente, David Bonvehí y la ejecutiva del PDECat se resisten a diluirse en la Crida de Puigdemont. En la diáspora que aspira a seducir al electorado de CiU hay otros grupos: Demòcrates, Lliga Democràtica, Lliures, Convergents...

No hay espacio para tantos proyectos. Veremos, cuando se convoquen las elecciones catalanas, cuáles de ellos -en solitario o en coalición- están en disposición de librar batalla. Serán, en todo caso, los electores los que terciarán. Dejo la demoscopia para los expertos y recupero una vieja metáfora que explica el éxito de CDC y que puede ilustrar ahora a los que pugnan por la herencia.

En Convergència, desde su fundación en Montserrat (1974), se utilizaba la siguiente metáfora para definir el modelo nacionalista que la inspiraba: CDC era como un largo tren, con muchos vagones, que avanzaba hacia la plena soberanía de Catalunya. Recogí esta imagen, atribuida entre otros al veterano Josep Maria Cullell, en mi libro 'Catalanisme o nacionalisme' (Columna, 2004).

Explicaba que, a medida que el tren fuese cubriendo etapas -autonomía, federación, confederación...- se irían desenganchando vagones en cada estación. Constataba, sin embargo, que no sólo no había sido así, sino que se habían añadido más vagones al tren. El mérito de Jordi Pujol fue haber convertido el catalanismo, plural desde sus orígenes, en un movimiento que desdibujó el arcoíris de la catalanidad.

El liderazgo de Pujol y su calculada ambigüedad en la apuesta nacionalista hicieron de CDC y UDC -siempre se dijo que Pujol era el primer democristiano de CiU- un movimiento político de amplias fronteras que en las autonómicas era capaz de sumar desde el voto útil antisocialista de un sector del electorado del PP hasta el voto útil del independentismo.

Alertaba ya entonces de que el pujolismo, como sucede con los partidos vertebrados en torno a un líder carismático, difícilmente podría sobrevivir a su fundador y añadía que el pospujolismo podía representar la fragmentación del movimiento. Y aquí estamos. La gran construcción política de Pujol fue un factor intangible, la Catalunya virtual, un país que sólo existe como recreación simplificada de la realidad.

El error de sus sucesores -sobre todo, de Artur Mas- es haber roto la ambigüedad y haber creído que la estación final -la independencia- no era un señuelo sino una realidad. El tren no llegó a su destino, descarriló y muchos vagones quedaron en vía muerta. Solo podrán recuperar la marcha aquellos que integren esta metáfora en su estrategia.

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