El 90º aniversario del 'expresident'
El punto ciego
Pujol fue fundamental en la definición del modelo político catalán del posfranquismo, pero la manera en que lo hizo no era la única posible
Paola Lo Cascio
Profesora de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.
Paola Lo Cascio
La reciente efeméride de los 90 años de Jordi Pujol ha vuelto a poner en los medios y en las redes su figura: largas entrevistas a personajes cercanos al antiguo líder, artículos y reflexiones de más o menos alcance sobre su trayectoria.
Era esperable que al centro de toda reflexión estuviera el contraste entre su dilatada carrera política y el desprestigio derivado de su propia confesión del verano del 2014 y de las investigaciones abiertas por los casos de corrupción que involucran a su familia y a su formación política. No es para menos: respetando la presunción de inocencia con respecto a los casos todavía no juzgados en firme, con lo que ya sabemos de sus propias palabras hay suficiente para poner en entredicho la figura del dirigente que más ha influenciado la vida política catalana de los últimos 50años. La evasión fiscal y la exportación ilegal de capitales -solo para ceñirse a lo que el propio Pujol declaró-, de por si pulverizan toda credibilidad ya que son, ontológicamente, los ataques más dañinos contra la sociedad que cualquier dirigente político pueda cometer.
A partir de aquí, en todas las entrevistas y artículos que se le han dedicado, con tonos más o menos comprensivos, se ha insistido en querer “separar la vicisitud personal de la tarea política” llevada a cabo por el antiguo dirigente nacionalista. No se entrará aquí en discernir si, cómo y de qué manera sea posible (o no), realizar esta operación. Sin embargo, en pronunciar esta fórmula y en centrar la atención en el juicio sobre su conducta personal, el riesgo es que se obvie analizar políticamente su legado, que es consistente y que merece ser revisado.
Al decir que Jordi Pujol fue fundamental en la recuperación de las instituciones catalanas, en su consolidación y en la definición del grueso de lo que se puede considerar el modelo político catalán del posfranquismo, se genera un punto ciego, en el momento en que se invisibiliza que la manera en que lo hizo no era la única posible.
Empezando por la negativa en corresponsabilizarse a fondo -y no simplemente en 'facilitar' de manera discontinua-, de la política española, y siguiendo con el cariz de algunas de las políticas adoptadas. En este sentido, si es cierto que la reconstrucción del autogobierno se hizo a lo largo de su primera legislatura con el concurso del conjunto de las fuerzas políticas catalanas -con el hito del modelo de normalización lingüística, y gracias a unas propuestas de las izquierdas catalanas, y no del Gobierno de Pujol-, los 23 años de Gobierno de CiU conformaron una propuesta política muy concreta en ámbitos decisivos.
El modelo territorial
Sin ir más lejos, en la manera de organizar el territorio, apostando -por convicción y gracias su mayoría absoluta-, por reducir las posibilidades del área metropolitana de Barcelona desde un punto de vista político, privándola de una institución de gobierno elegida directamente y dotada de competencias. Ahora, cuando el debate sobre la capacidad de las ciudades de funcionar como motor económico, cultural y social arrecia, si se hubiera hecho de otra manera, manteniendo, democratizando e empoderando la Corporación Metropolitana de Barcelona, la situación probablemente sería diferente.
Pero también en la manera de organizar el modelo sanitario y el modelo escolar. En los dos casos, y delante de una infradotación del parque público, se optó por un modelo mixto público-privado que ha puesto al centro la figura de los conciertos. Ahora, cuando se ha demostrado la importancia de tener un sistema sanitario público sólido, si las opciones hubieran sido diferentes nos encontraríamos en otra situación. Lo mismo vale por el sistema escolar: si la ley de normalización lingüística ha podido evitar la segregación por razones de lengua, ha posibilitado una segregación socioeconómica que en los momentos de crisis se ha hecho más que evidente y ahora amenaza el futuro de las jóvenes generaciones en el nuevo escenario pospandemia.
Con eso no se quiere decir ni mucho menos que esas políticas fueran ilegítimas. Al contrario, fueron el resultado de una hegemonía política, cultural y electoral que supo atraer en más de un caso una parte de sus adversarios. Un modelo concreto que los Gobiernos catalanistas y de izquierdas no pudieron o no supieron cambiar en sus fundamentos. Esa fue probablemente la victoria política más importante de Jordi Pujol. Al mismo tiempo -y cuando los Gobiernos del 'procés' no han hecho más que volver a fortalecer ese modelo- si es que de una vez se quiere superar el pujolismo, es la que obliga, más allá del cómo se acaben sus vicisitudes judiciales, a plantear una alternativa.
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