Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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Hemos salido igual de gilipollas

¿Recuerdan aquellos memes sobre la solidaridad que nos inculcaría la pandemia? Nada de eso ha sucedido

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Hace un año me planteé vender el piso en el que vivo. Para hacerme una idea, pregunté por un ático idéntico que se vendía en el edificio de enfrente. Costaba 600.000 euros. Yo compré el mío hace más de 20 años por 30 millones de las antiguas pesetas.

Poco después lo compró una familia. Solo pude ver la reforma de la terraza. Entre la pérgola, el paisajista, el revestimiento de piedra y la iluminación, aquello no pudo bajar de 20.000 euros. No imagino cuánto costó la reforma del interior.

Recital empoderante a las ocho

Cuando decretaron el confinamiento, el vecino sacó a la terraza en cuestión un equipo de ¡800 watios! de potencia.  Porque ellos a las ocho aplaudían como los que más, y luego nos imponían su larguííísima sesioncita de canciones concienciadas: 'Resistiré', por supuesto; '20 de abril'  –la canción que reeditaron Celtas Cortos para recaudar fondos para el covid–;  'Quédate en casa', de Ariel de Cuba; 'Vivir', de Rozalén; 'Color esperanza', de Diego Torres; 'Volveremos a brindar', de Lucía Gil; 'Sobreviviré', de Mónica Naranjo, y un sinfín de topicazos. Para cerrar, cómo no, con 'Que viva España', de Manolo Escobar. ¡A 800 watios! Con dos 'woofers' de 15 pulgadas. Poco le importaba que en este barrio hubiera muchas personas enfermas que necesitaban dormir. 

En su casa estaban alojadas varias personas. Su mujer (lo deduje por cómo se besaban), otra pareja y varios niños. Como hacían vida en la terraza, yo veía sus barbacoas (sí, hacían barbacoas), sus copitas, sus charlas, sus fiestecitas, sus juegos.

Un día, en mitad del confinamiento, decidieron marcharse. Pusieron una funda a la barbacoa, cerraron bien la terraza y dejaron encendido un riego por aspersión que se encendía religiosamente a las doce del mediodía y a las nueve de la noche, y que hacía muuuucho ruido. Cuando los demás llevábamos dos meses confinados, la familia feliz regresó. Si antaño eran dos parejas y varios niños, ahora solo eran una pareja y un niño, pero traían una nueva adquisición: una chica racializada, de pelo muy largo y oscuro, que se pasó un día entero limpiando los cristales de la terraza. 

Fiestón de escándalo

Fui corriendo a buscar unos prismáticos de juguete que le había regalado a mi hija cuando era pequeña para avistar aves en un viaje a Colombia. Resultaron no ser tan de juguete. Así descubrí que mis vecinos regresaban morenísimos y que por lo visto habían estado en la playa.

Seguíamos en fase 1 cuando mi vecino montó un fiestón de escándalo. La música a todo volumen, de nuevo, esta vez sin canciones empoderantes. Ahora sonaban 'La macarena remix', de Tyga y Balvin, y temazos del estilo. Había luces de colores y, como poco, unas 20 personas entrando y saliendo de la terraza al piso. Como en su edificio sobre todo hay apartamentos vacíos que ya no se alquilan como Airbnb, nadie se quejaba.

Harta, crucé la calle y llamé al sexto A. Cuando respondieron al telefonillo, le dije: «Quiero que pares la fiesta o voy a llamar a la policía». Su respuesta: «Tú llama a la policía y ya veremos quién acaba en el calabozo». Me dejó planchada. ¿Quién sería el dueño del ático que me respondía con aplastante seguridad de viga de titanio? ¿Un ministro? ¿El primo de Villarejo? ¿Quizá una de esas 30 personas que habían montado un fiestón en Córdoba con el príncipe Joaquín de Bélgica en pleno confinamiento?

¿Se acuerdan de aquellos memes que inundaban las redes cuando comenzó la pandemia? «Saldremos de esto más conscientes, más solidarios, más unidos....» Pues  yo, que ya albergaba poca fe en el género humano antes de que esto empezara, lo tengo muy claro: hemos salido igual de gilipollas. 

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