Nissan o la triste derrota

Perder una planta automovilística duele especialmente, pues se esfuman unas capacidades humanas y tecnológicas acumuladas durante décadas

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Jordi Alberich

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El cierre de la planta de Nissan, no por previsible deja de resultar dramático. Atrás quedarán 40 años de Nissan y cerca de un siglo de industria automotriz. Desde los años iniciales de Ford, a los de Motor Ibérica a partir de la década de los 50, hasta la llegada de la multinacional japonesa.

Por si había dudas, el cierre certifica los tiempos tan preocupantes en que nos adentramos. De repente, 3.000 nuevos desempleados, que pueden llegar a cerca de 20.000 afectados si consideramos el empleo indirecto. Además, perder una planta automovilística duele especialmente, pues se esfuman unas capacidades humanas y tecnológicas acumuladas durante décadas, y que resultan muy difíciles de reconstruir. 

Precisamente, estas semanas está adquiriendo fuerza la necesidad de priorizar la política industrial, pues esta constituye el eje vertebrador de cualquier sociedad avanzada. Por la riqueza que la industria genera directamente, pero, también, por su capacidad singular por fomentar la productividad y estimular los servicios de alto valor añadido. Además, por su implantación, inversiones, especialización y compromiso a largo plazo, arraiga a las personas en un empleo y un territorio, ofreciéndoles una posibilidad de vida digna y previsible. 

Un final anunciado y trágico, que nos deja con una amargura añadida. Haciendo un símil futbolístico, me recuerda lo que, como forofo 'perico', me sucede en algunos partidos contra el Barça en los que, de antemano, sabemos que tenemos todas las de perder. Pero duele especialmente cuando los míos no solo caen derrotados, sino que, además, no han “mordido al rival”.

El partido por la supervivencia de la planta, en un sector automovilístico globalizado, y enfrentado a la caída de demanda y a la complejidad del tránsito al vehículo eléctrico, lo jugaban unas administraciones que no se han dejado la piel en el campo.

Esta ha sido la actitud dominante, desde el optimismo infundado del gobierno español, a la incapacidad y pasividad de nuestras autoridades autonómicas y municipales, guiadas por otras prioridades. El 'procés' lo ha sido todo en la política catalana de hace ya cerca de una década, mientras que el gobierno barcelonés sueña con el advenimiento de un mundo verde y feliz. Mientras, unos y otros se olvidan del gobierno de las cosas, en este caso de algo con tan poco glamur como la industria.

En cualquier caso, el lamento no conduce a nada. Hay que esperar que los esfuerzos, ahora, se concentren en reorientar la capacidad productiva de Zona Franca, y a atender a ese gran motor industrial de Catalunya, que se llama Seat. Una compañía que, a diferencia de Nissan, se ha consolidado de manesa espectacular pero que, no por ello, puede desatenderse.

Hoy, muchos miles de compañías corren el riesgo de desaparecer. Unas aparecen insalvables, pero el futuro de muchas dependerá del buen hacer de las administraciones. Los partidos, especialmente en circunstancias adversas, pueden perderse, pero, en cualquier caso, hay que dejarse la piel en el campo.

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