CONSECUENCIAS DE LA PANDEMIA

Atrapadas entre el teletrabajo y los cuidados

Detrás del discurso de cambio de hábitos puede aparecer el hogar como la gran tentación para suplir las carencias de un sistema de bienestar diezmado

Una mujer teletrabaja desde casa mientras cuida de uno de sus hijos

Una mujer teletrabaja desde casa mientras cuida de uno de sus hijos / periodico

Emma Riverola

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El mundo de los cuidados y el teletrabajo son dos de los temas más debatidos durante la pandemia. Está claro que suspendemos en el primero y que el segundo ha salvado cientos de miles de empleos. Ambos son positivos. Y ambos pueden convertirse en la enésima trampa para las mujeres. Detrás del discurso de cambio de hábitos para fomentar los cuidados puede aparecer el hogar como la gran tentación para suplir las carencias de un sistema de bienestar diezmado.

El estado de alarma cerró las escuelas, todo un quebradero de cabeza para los progenitores. ¿Qué está pasando en los hogares? Los expertos coinciden: se ha agravado la brecha de género en cuanto a la distribución de los trabajos domésticos y los cuidados.

Un grupo de investigación de la Universidad de Valencia ha iniciado un estudio basado en entrevistas telefónicas. Aquí están algunos de sus resultados preliminares: las mujeres que teletrabajan con niños en casa, además de cumplir con sus obligaciones profesionales y cuidar de los pequeños, también intentan facilitar el trabajo o teletrabajo de sus parejas; sienten que están todo el día trabajando/cuidando; el seguimiento escolar de los hijos recae mayoritariamente en ellas; y, si las características de su empleo lo permiten, suelen acabar trabajando de madrugada, restando horas de sueño, para poder concentrarse en el silencio.  

Un paso atrás en igualdad

Son evidentes las ventajas del teletrabajo: ofrece mayor flexibilidad horaria y, por tanto, mayor posibilidad de conciliación. Antes del covid-19, se apuntaba como una oportunidad para equilibrar la vida personal y laboral de las mujeres, pero la pandemia se ha convertido en un improvisado laboratorio. Y ahora, cuando nos asomamos al interior de los hogares, solo vemos un paso atrás en la igualdad. Un peligroso paso atrás. Porque es invisible. Porque se esconde detrás las puertas.

En el mundo laboral reina la transparencia… de la desigualdad. Hay cifras, datos de la brecha salarial, de los rostros femeninos de los trabajos precarios, del empleo a tiempo parcial o de la proporción de mujeres en puestos de dirección. Sí, los números muestran todo lo que queda por hacer. Pero, al menos, lo muestran. Entre los despachos, las reuniones y los dosieres, no existe el peso de la casa. Está la carga mental, pero no el lavavajillas por recoger, los deberes de matemáticas o la persona vulnerable que cuidar. En el trabajo, la desigualdad es palpable, se ve. Y también es visible el modo de combatirla.

Según el Índice de Igualdad de Género 2020 publicado por la compañía de información financiera Bloomberg, las empresas lideradas por una mujer tienen más mujeres en puestos de alta dirección que aquellas lideradas por un hombre y un 10% más de mujeres en la franja de mayor salario. Además, la Organización Internacional del Trabajo revela que la presencia femenina en cargos directivos aumenta entre el 5% y el 20% el beneficio de las empresas, atrae y retiene talento y fomenta la creatividad y la innovación.

Vivimos en el capitalismo, y va para largo. En este sistema, el mundo laboral es fundamental para las conquistas sociales de la mujer. Necesitamos más y más mujeres ocupando puestos de poder. Puestos reales, obtenidos a base de méritos y esfuerzo, libres de medidas estéticas en pro de una falsa imagen de igualdad. Para conseguirlos, las mujeres deben estar ahí. No nos engañemos, las posibilidades de ascenso disminuyen radicalmente si no se compite de forma presencial por el poder. Nos puede gustar más o menos, podemos abominar del sistema y luchar para cambiarlo, pero, mientras tanto, las normas son estas y las mujeres no podemos perder más armas. La presencia femenina en los órganos de poder es imprescindible para cambiar las reglas del juego. 

¿Y qué hacemos con los cuidados? La tragedia en los geriátricos ha puesto el foco sobre las enormes carencias en la consideración y la asistencia a los más vulnerables, también en la precariedad de los trabajadores que los atienden y en la avaricia de algunos centros. Necesitamos un cambio social en profundidad que ponga en el centro el bienestar de las personas, asumirlo como un reto político y con un diseño público de las soluciones. El debate no debe cerrarse en falso. Nos adentramos en una nueva crisis económica y las mujeres salimos peor de la anterior. La brecha salarial se acentuó, la proporción de desempleadas aumentó, también la temporalidad y la parcialidad. El teletrabajo puede acabar de hundir las expectativas profesionales de las mujeres y atarnos, aún más, a una red de cuidados que dinamite las frágiles conquistas.

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