Opinión | Editorial

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Responsabilidad olimpica

No era realista manteneren el calendario una cita que debería reunir a decenas miles de personas de todo el mundo

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El aplazamiento de los Juegos Olímpicos de Tokio estaba cantado a partir del goteo constante de federaciones y comités olímpicos nacionales partidarios de tal medida. Las cuatro semanas que se toman el Comité Olímpico Internacional y la organización de Tokio 2020 no persiguen otra cosa que lograr una suspensión ordenada, que incluya un acuerdo con las televisiones y los patrocinadores, tranquilice a las compañías aseguradoras y limite los daños financieros que la suspensión acarreará a Japón. Pero no había otro camino posible después del aplazamiento de grandes competiciones internacionales y nacionales, incluidas las ligas más importantes de fútbol y baloncesto, que mueven multitudes en todo el mundo.

Mantener la cita del 24 de julio al 9 de agosto sería una irresponsabilidad a tenor de los esfuerzos en curso para vencer la pandemia del coronavirus y ante la imposibilidad de fijar un calendario de control de la enfermedad. Pero lo sería también por las dimensiones de una cita deportiva de alcance universal que ahora mismo no puede dar garantías de seguridad sanitaria. Todo es enorme en unos Juegos y desde luego los riesgos de contagio crecen exponencialmente por el número de deportistas convocados, de espectadores de todos los continentes que presencian las competiciones, de medios de información acreditados y de otros miles de personas atraídas por el evento o implicadas en él.

Las mismas razones que obligan a suspender las ligas españolas de fútbol y baloncesto, la NBA, la Eurocopa, la Copa América y otras grandes competiciones de todos los deportes valen para dejar los Juegos Olímpicos para después de la tormenta. Las prioridades presentes son evitar la cadena de contagio, preservar la salud de los participantes y, superada la crisis, posibilitar que los deportistas compitan con la preparación adecuada. Nada de esto se puede garantizar ahora y es totalmente lógico el paso dado por varios comités olímpicos, entre ellos los de Estados Unidos y Canadá, de anunciar que no acudirían en julio a la cita de Tokio. La aldea global afronta una crisis en la que el olimpismo no podía ser una excepción.