análisis
Messi entra en casa de Diego
Messi siempre ha tenido una tendencia innata a emular gestas maradonianas
'Essere napoletano è meraviglioso'. El lema luce en una pancarta de la pequeña plaza Bellini, ante los restos excavados de una muralla griega. Forma parte de un movimiento que invita a los ciudadanos locales a disfrutar de los atractivos de su ciudad. Los napolitanos se enorgullecen de su historia, de su religiosidad y, por encima de todo, de su idilio con Maradona. Porque saben que el fútbol del norte tiene más poder, más dinero y más títulos, pero jamás les podrá igualar la historia romántica que vivieron junto a Maradona.
De hecho, pareciera que la ciudad se quedo en esos 80 para no tener que asistir a la decrepitud de su ídolo. No cuesta mucho imaginar esa época. Los coches siguen circulando a una velocidad respetable mientras sus conductores blasfeman en un perfecto italiano las imprevisibles maniobras del resto. Y aunque los modelos son más modernos, los 'motorinos' siguen sorteando los obstáculos sin que el casco sea un accesorio especialmente imprescindible. Todo acompañado por el ruido de los adoquines y por una sensación de caos que la acerca al mediterráneo.
Te crees que no es más que un tópico, que aquello del carácter napolitano se habrá disipado como todo con la globalización. Hasta que paseando, observas como un cocinero discute a gritos con su compañero, sin disimulo, mientras sus conciudadanos pasan por delante ajenos a la escena, sin ni siquiera un mínimo arqueo de cejas. Si no fuera por ese teléfono móvil que va pegado a su mano como a la nuestra, se diría que siguen allí en aquellos maravillosos años en que se sintieron los reyes del mundo.
El nuevo rey en San Paolo
Verán el nuevo rey, en San Paolo, pero no crean que les convencerá fácilmente. Porque el único relato que Messi no puede ganar es el romántico. No es la primera vez que Messi va tras los pasos de Maradona, aunque el '10' del Barça juegue en San Paolo como visitante, también quiere dejar su sello allí donde el Pelusa marcó una época. Y aunque la comparación nunca es justa, Messi ha tenido una carrera más constante y más exitosa que la de su predecesor —exceptuando ese mundial que se le resiste. El de Rosario ha conseguido ser más regular, más estable y racionalmente mejor. Porque, como dijo en su día Valdano, Messi es Maradona todos los días.
Messi nunca podrá ser en Barcelona, lo que Maradona fue en Nápoles. Porque Barcelona ya era antes de Messi y lo será después. Y en cambio, Nápoles es Maradona y Maradona sigue estando en Nápoles, en el rincón menos esperado. Y contra ese relato, uno no puede luchar. Lo que puede hacer es jugar en su estadio y homenajearlo a su manera. Con una exhibición que les recuerde a lo que tuvieron.
Messi, sin quererlo, ha repetido lugares comunes con Diego. Como cuando marcó aquel gol ante el Getafe. O cuando repitió ante el Espanyol la mano de Dios. Messi siempre ha querido ser Messi, pero tiene una tendencia innata a emular gestas maradonianas. Por si acaso, yo de ustedes hoy estaría atenta, incluso en el calentamiento.
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