Luces y sombras

El 'argumentario' de Junqueras no invita al optimismo: no solo no integra la autocrítica, sino que esgrime una preocupante superioridad moral frente a sus interlocutores

El 'exconseller' Raül Romeva y el exvicepresidente del Govern y líder de ERC, Oriol Junqueras, el pasado febrero, durante el juicio del 1-O.

El 'exconseller' Raül Romeva y el exvicepresidente del Govern y líder de ERC, Oriol Junqueras, el pasado febrero, durante el juicio del 1-O. / periodico

Rafael Jorba

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La incógnita de la investidura se ha despejado. El primer Gobierno de coalición desde la restauración de la democracia ha echado a andar. La ortodoxia económica en clave socialdemócrata y los acuerdos de responsabilidad fiscal con la Unión Europea están garantizados. La vicepresidenta Nadia Calviño y el ministro José Luis Escrivá son sus baluartes. La cohesión gubernamental entre el PSOE y Podemos se la ofrece en bandeja la oposición frontal, en clave ideológica, del PP de Pablo Casado.

ERC es el eslabón débil. El politólogo Oriol Bartomeus decía a finales de diciembre que la política española era un circo con dos pistas: "La pista aparentemente central es la de la investidura; en la otra, la oscura, la decisiva, se juega el dominio del independentismo catalán entre ERC y JxCat [...] Se disputan la victoria en unas elecciones que no han sido convocadas, pero que todos, sobre todo ERC, saben que lo serán en el momento que decida [Carles] Puigdemont, es decir, en el peor momento para los republicanos". La inhabilitación de Quim Torra podría precipitar su convocatoria.

Desde esta óptica, se entiende la subasta verbal y emocional que ha acompañado la abstención de ERC. La cuestión de fondo es si una victoria de los republicanos en las elecciones catalanas permitiría que optasen decididamente por la vía del diálogo o, por el contrario, se mantendrían en la unilateralidad: un simple cambio de hegemonía en el espacio independentista, pero no de estrategia. La respuesta a esta pregunta es una de las claves para salir de la actual situación de bloqueo en la política catalana.

Actitud vacilante

Los analistas no tenemos una varita mágica para descifrar el futuro, pero disponemos de los elementos que nos aporta la trayectoria de cada partido en el pasado y de sus posiciones en el presente. La actitud vacilante de ERC en momentos clave del 'procés' y las declaraciones de su líder, Oriol Junqueras, no invitan al optimismo. Agua pasada no mueve molino. Me limitaré a evocar algunas de sus respuestas en una reciente entrevista de 'El País' (18 de enero del 2020). ¿Volvería a hacerlo? "Sí. Desde los más estrictos principios democráticos, lo que hicimos en otoño del 2017 estuvo bien hecho". ¿Esa es la lección? "La lección es que lo hicimos para volver a hacerlo".

Ni un ápice de autocrítica. La rotundidad de sus respuestas es incluso escatológica. ¿No engañaron a los catalanes prometiendo una independencia imposible? "Y una mierda. Y una puta mierda. Dijimos la verdad: que el 'procés' tenía que acabar en la independencia. Eso se impidió con palizas, cárcel, destituyendo gobiernos y cerrando parlamentos". El mismo lenguaje que utilizó ya el pasado 22 de octubre en una entrevista de 'Nació Digital': "El indulto se lo pueden meter por donde les quepa". 

Es lícito discrepar de los tipos penales aplicados por el Tribunal Supremo y de las penas de cárcel asociadas a esos delitos -de ahí la reforma del <strong>Código Penal</strong> que plantea el nuevo Gobierno-, pero es un hecho que los políticos ahora condenados promovieron una legislación paralela -leyes de referéndum y transitoriedad jurídica-, celebraron una consulta unilateral y avalaron la declaración de independencia. Incluso las dos líneas de defensa -la más técnica y la más política- coincidieron: "Cedo esa trinchera. El señor [JoaquimForn desobedeció a los requerimientos del Tribunal Constitucional" (Javier Melero). "Se confunde la desobediencia de manual con la rebelión" (Andreu Van den Eynde).

Repito: el 'argumentario' de Junqueras no invita al optimismo. No solo no integra la autocrítica, sino que esgrime una preocupante superioridad moral frente a sus interlocutores: "El Supremo no tiene razón en nada. Será un placer cruzarme con los socialistas catalanes cuando salga de aquí y ver si aguantan nuestras miradas". Es verdad que la política lo aguanta casi todo, pero con estas premisas -negar la desobediencia y mirar por encima del hombro al adversario- la mesa de negociación puede tambalearse.

Metas factibles

Entre tanto, el clima de distensión que auspicia Pedro Sánchez es una de las llaves para desbloquear la política catalana de puertas adentro: un Parlament no solo sin una mayoría de votos, como ya es el caso, sino también sin una mayoría de escaños soberanistas. Es el escenario que explora el libro del periodista Carles Castro 'Cómo derrotar al independentismo en las urnas': "Los datos de la realidad revelan que existe la suficiente masa crítica ciudadana en Catalunya para impulsar una política fértil que persiga metas factibles y consensos más amplios que el destructivo intento de imponer a la mitad del país los designios de la otra mitad". Luces y sombras.