Opinión | Editorial
El Periódico
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A la espera de la T-Mobilitat
Los nuevos precios son un avance para la mayoría, pero el modelo solo se afinará con la tarjeta inteligente
La Autoritat Metropolitana del Transport aprobó el jueves las tarifas para el año 2020, consagrando el cambio de modelo anunciado días antes pero con ajustes para dar satisfacción, parcialmente, a algunas de las críticas recibidas. El consorcio espera que la sustitución de la T-Mes por un título más barato, la T-Usual, el abaratamiento de las tarjetas T-Jove y T-16 y el encarecimiento de la T-Casual, que sustituirá a la T-10, beneficien al viajero que depende del transporte público para sus necesidades de movilidad cotidiana y estimule que el usuario ocasional incremente el uso del metro, bus y tranvía. Las bonificaciones a los primeros son evidentes y el encarecimiento para los segundos, moderado. Otra cosa es que el cambio de estructura de precios favorezca el objetivo final de reducir el uso de los vehículos privados contaminantes.
La propuesta inicial se ha enfrentado a dos objeciones principales. La primera, que sustituir la T-10 por un título unipersonal supusiera un castigo innecesario para grupos familiares que visitasen muy ocasionalmente Barcelona, se ha solucionado con la creación a última hora de la T-Familiar. La segunda disfunción del modelo queda en pie: el encarecimiento de la T-casual afecta por igual a quienes combinan esporádicos viajes en transporte público con el vehículo privado como a quien ya ha abandonado moto y coche y utiliza metro y bus como complemento a sus desplazamientos a pie o en bicicleta. El actual formato de abonos difícilmente puede discriminar entre ambas situaciones, que merecerían diferente trato. El diseño de la futura tarjeta inteligente T-Mobilitat, que después de innumerables retrasos se espera para el 2021, debería poder afinar este aspecto, teniendo en cuenta por ejemplo si un vecino ya no tiene vehículo privado a su nombre o está abonado al Bicing. No tiene justificación que Barcelona no haya podido poner aún en marcha un método de pago ya habitual en muchas capitales, ni tampoco que cuando entre en funcionamiento no se aprovechen todas las posibilidades que permitiría la tecnología.
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