el cierre

Una mente casi maravillosa

Simeone gesticula durante el partido de Champions contra el CSKA.

Simeone gesticula durante el partido de Champions contra el CSKA. / periodico

Antoni Daimiel

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Diego Pablo Simeone dispone de una mente maravillosa para dirigir, para liderar, para convencer. Cuentan que es el entrenador mejor pagado del mundo pero lo que sí es seguro es que es el mejor si nos atenemos al valor de la psique en un banquillo. El gran secreto de su éxito como técnico ha sido su gen competitivo permanente, 24-7, y su irremediable capacidad de persuasión. Para comparar en cuanto a ilusión y resultados su primer lustro al frente del Atlético de Madrid hay que plegarlo o arrugarlo porque no hay referencia tal en la historia del club rojiblanco. Otro de sus principales capitales ha sido el de, por respeto y de manera subsidiaria, haber ordenado la política deportiva del club. Racionalizarla, optimizarla año a año, aprovechar cada subida de escalón para fortalecer cuádriceps y lumbares y así poder subir cada vez más seguro y deprisa. Con todo ello y con su discurso de puntadas con hilo Simeone ha construido una figura en el imaginario colchonero que resiste los cautiverios con deidades rojiblancas como el estadio Vicente Calderón, Luis Aragonés Fernando Torres.

Pero mentes así de maravillosas a veces se crecen en la superioridad y caen en la habitual práctica del manejo de los discursos dominantes, en el diseño de las conciencias ajenas, aunque sea simplemente como iniciativa para prevalerse de su superioridad sobre el resto. La cuestión es que no se puede sensibilizar a tu antojo todo el tiempo a todo el mundo. Si un día, en una entrevista, Simeone se encarga de repetir hasta cuatro veces, casi sin que le pregunten, "que no nos quieran confundir", "que no nos confundan", pero horas después alaba la salida de balón desde atrás como una de las principales virtudes de José María Giménez, hay receptores que pueden atascarse. Si luce como primer mandamiento que ganar es lo único que vale y posteriormente matiza que nadie gana siempre, vinculado a su argumento de año de transición, en una suerte de resultadismo en diferido, el mensaje se queja de incoherencia.

El debate de ideas y discursos solo es accesorio, siempre está por debajo de lo que ocurra sobre el césped. Hoy, por fortuna, el fútbol puede cuantificarse. Cualquiera podía ser consciente de que cuando le llegaran sospechas de vacas flacas al cholismo, la cabra iba a tirar al monte de la sequía goleadora. A mediados de diciembre, con el peor registro goleador de su historia en Liga, las culpas van a los de siempre, a los delanteros. No es fácil ser delantero puro en este equipo, en realidad solo triunfaron Falcao y el Costa de la primera época. Y el gol suele ser más hijo del juego que del acierto o las rachas individuales. El Atlético, hasta ahora, remata a puerta menos que Getafe, Levante, Osasuna o Leganés. No supera el séptimo lugar en asistencias, pases, pases buenos o intentos de regate. En centros al área ocupa el 18º lugar. Lo mejor es tratar con resultadismo a los resultadistas y con emociones a los románticos. Ocho años seguidos comiendo pizza, de masa gruesa, no pueden ser buenos. Que no nos confundan.