La vía catalana

A pesar de todo, el optimismo de la voluntad

Estamos obligados a buscar las salidas políticas que cualquier conflicto de la naturaleza del que afrontamos requiere. Ningún contenedor quemado nos hará libres, ni ocupar el aeropuerto o cortar cualquier carretera nos hará avanzar como país

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Carles Campuzano

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El debate de los cinco candidatos a la presidencia del Gobierno español de los partidos de ámbito estatal con representación parlamentaria de este pasado lunes fue una invitación en toda regla al pesimismo sobre la capacidad del sistema político español de imaginar una salida democrática y acordada al conflicto catalán. Con la excepción de Pablo Iglesias, el resto de candidatos se instaló en el mismo paradigma: negación de la legitimidad democrática del independentismo y acentuación de las propuestas que empequeñecen aún más una autonomía ya migrada.

Todos coincidían en rechazar las demandas ampliamente compartidas de la sociedad catalana y que conforman, de facto, un programa de mínimos comunes para federalistas e independentistas y que tienen que ver, fundamentalmente, con la libertad de los presos políticos, el incremento del autogobierno de Catalunya, el reconocimiento nacional del país y su derecho a decidir, que supone que fueran, en última instancia, los catalanes los que determinaran el grado del poder político que Catalunya obtiene.

Que este fuera el planteamiento del PP, Cs y Vox no era ninguna novedad. La derecha y la extrema derecha han alimentado durante estos últimos este discurso. Han competido de manera feroz entre ellas sobre Catalunya y la dureza de la respuesta y han facilitado el surgimiento de Vox, en la medida en que han normalizado una respuesta en Catalunya solo basada en la apelación al Código Penal. El monstruo se ha hecho enorme y no será nada fácil desactivarlo. Todo lo contrario. En este sentido, Abascal fue el más claro y contundente, como era de esperar, llevando a los límites esta lógica política: ilegalización de los partidos catalanes y vascos, liquidación del Estado de las Autonomías y punto. No parecía que Casado y Rivera se encontraran demasiado incómodos ante este discurso, la verdad. La extrema derecha ha llegado para quedarse; la dinámica catalana de los próximos meses permitirá alimentar este discurso.

El 'frame' de la derecha

La novedad, sin embargo, era otra y estaba en el campo socialista. El cambio de Pedro Sánchez ha sido enorme. Parece haber aceptado el 'frame' de la derecha sobre el papel de TV-3 y Catalunya Ràdio, el sistema educativo catalán y la retórica de venganza respecto a los exiliados. Cínicamente, alguien puede afirmar que todo es parafernalia electoral y que después del 10-N, el PSOE volverá a la vía del diálogo y la necesidad de construir una salida política al conflicto. Quizá sí, pero los márgenes que la retórica electoral dejan a Pedro Sánchez se hacen más estrechos y las esperanzas que generó la moción de censura de junio del 2018 se van difuminando en amplios sectores del país.

Estamos obligados, no obstante, a buscar las salidas políticas que cualquier conflicto de la naturaleza del que afrontamos requiere. No hay alternativa democrática posible. Ningún contenedor quemado nos hará libres, ni ocupar el aeropuerto del Prat o cortar cualquier carretera nos hará avanzar como país. Todo lo contrario. La violencia en la calle contaminará en términos morales toda la causa soberanista, producirá más frustración y dolor y acabará convirtiéndose en un tiro en el pie a la economía catalana.

La unidad de los catalanes

El soberanismo deberá insistir después del 10-N en la necesidad del diálogo y la voluntad de acordar, deberá ambicionar encontrar una salida que satisfaga a más del 51% del catalanes y deberá empatizar, tal como afirmó la presidenta Carme Forcadell, hoy injustamente encarcelada, con todos aquellos catalanes que no comparten nuestro anhelo independentista.

La fortaleza de Catalunya, históricamente, ha estado, en efecto, en la unidad de los catalanes. Siempre nos ha permitido avanzar y consolidar posiciones en términos políticos, sociales, económicos, culturales. La Assemblea de Catalunya (1970-1977) y Solidaritat Catalana (1907), a pesar de todos las diferencias con el actual contexto y sus límites y fracasos, son referentes de lo que nos convendría ahora. Nuestra máxima ambición solo puede ser esta y no tanto la unidad de los independentistas. En el futuro, habrá que reactivar todos los espacios, institucionales y cívicos, que nos permitan recuperar la unidad y coser las heridas. Y es que solo la unidad de los catalanes, de todos aquellos que nos afirmamos como nación, aspiramos al pleno autogobierno y queremos hacer un país mejor para las generaciones jóvenes en el marco de una Europa más unida, nos permitirá resistir y ganar a aquellos que aspiran a que seamos unas provincias con peculiaridades folclóricas, residuales e irrelevantes.

Tras el 10-N habrá que persistir y perseverar de manera tenaz y sin desfallecer. Esta es la vía catalana.