Dos miradas

Metáfora del rugby

Bajo la fuerza física, hay en este deporte una metáfora sobre la heroicidad y la persistencia. Sobre el coraje, la honradez y la generosidad

Damian de Allende, placado durante el partido de cuartos contra Japón.

Damian de Allende, placado durante el partido de cuartos contra Japón. / periodico

Josep Maria Fonalleras

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He seguido el Mundial de rugby como un niño pequeño, con la misma fascinación que tenía ante los memorables partidos del Cinco Naciones que veía en el antiguo televisor de casa, cuando los daban la tarde de los sábados. Y he hablado con antiguos jugadores que comentaban, medio en broma, las lesiones que habían sufrido, y que se enseñaban, como si fuera un trofeo, las cicatrices de las operaciones de hombro. A ambos, se les había salido de sitio dos o tres veces. He seguido el Mundial y, mientras veía las camisetas manchadas de sangre de los ingleses (sobre fondo blanco, destaca más el rojo) pensaba en los aspavientos y la comedia de muchos jugadores de fútbol después de un imaginario codazo.

Bajo la fuerza física, hay en este deporte una belleza oculta que no es solamente el estallido de un ensayo de Cheslin Kolbe, zigzagueando entre macizas moles de no sé cuantos kilos, o la precisión del disparo de Handré Pollard, sino la propia esencia del juego, el comportamiento noble de unos y otros, la pulsión constante hacia delante, sin desfallecer nunca, sin descanso ni tregua. Una metáfora sobre la heroicidad y la persistencia. Sobre el coraje, la honradez y la generosidad.