la final más esperada

Sudáfrica destroza a Inglaterra y gana el Mundial de rugby

Los 'Springboks' vencen al 15 de la Rosa por 32 a 12 y logran la Copa Webb Ellis por tercera vez en la historia

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Sergi López-Egea

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El mundo volverá a ser a partir del domingo un poco más redondo. Dejará en el recuerdo un planeta ovalado, el que ha girado durante un mes y medio al compás del rugby desde Japón. Y el mundo recordará, a partir de ahora, los nombres de Faf de KlerkHandré PollardMazole Mapimpi y Cheslin Kolbe, al que llaman la 'Hormiga atómica', por su pequeñez y por su velocidad, la que quedó plasmada este sábado en el ensayo definitivo de Sudáfrica (triunfo ante Inglaterra por 32-12), la selección que se ha proclamado por tercera vez en la historia campeona del mundo de rugby para mayor gloria de un Nelson Mandela que, a buen seguro, debió sentirse muy orgulloso de los Springboks, los que con orgullo y satisfacción levantaron la Copa Webb Ellis -en honor al inventor de este deporte- en la noche de Yokohama.

A Inglaterra, al derrotado '15 de la Rosa', se la esperaba, se la aguardaba como los grandes favoritos, como los que se habían atrevido, con poderío y grandes méritos, a derrotar a los All Blacks en la semifinal. Si el mismo mundo espera, no con alegría, un Brexit que nunca llega para mayor fortuna europea, también aguardaba al potente juego inglés, el que dejase sin argumentos a los Springboks. Pero a Inglaterra ni se le vió, ni apareció, a no ser una selección que sucumbió a lo largo de 80 minutos ante el extraordinario poderío físico de los sudafricanos, los mismos que dejaron sin argumentos a sus rivales, los que no dejaban pensar, los que se anteponían a cualquier decisión inglesa y los que machacaban una y otra vez a sus contrincantes a base de golpes de castigo por obra y gracia de Handré Pollard.

Sin tiempo para pensar

Inglaterra no podía pensar. Inglaterra trataba de resistir y de reaccionar. Pero siempre se encontraba enfrente a los resistentes Springboks, una selección que no solo son un 15 todopoderoso, sino un símbolo por la libertad y la igualdad de los pueblos, más allá de las fronteras, donde no cuentan las razas ni las lenguas, el equipo que gracias a Mandela, en 1995, en el primer triunfo sudafricano, levantó a todo un país; o mejor dicho, unificó a Sudáfrica para aparcar el absurdo 'apartheid.

Ganaron a Inglaterra. Se entregaron a la inteligencia de otro pequeño gran hombre sudafricano, Fak de Klerk, el chaval rubio de apenas ciento setenta centímetros, pero valiente, el jugador que no se arruga ante los 'gordos', tal vez el más 'futbolero' entre los protagonistas de la final, el que cometía faltas y el que hablaba tal vez más de la cuenta con el árbitro, un francés de origen aragonés, Jerome Garcés, nieto de republicanos de Huesca, que huyeron a Francia tras la Guerra Civil española.

Poderío y fuerza física

La guerra de Yokohama, la ciudad japonesa que acogió la final del Mundial, fue un combate de fuerza física, brutal pero noble, un duelo dominado por los penaltis, por la técnica de Polland en las transformaciones –daba igual, desde cualquier lugar del campo- donde solo hubo dos ensayos, ambos por el lado sudafricano y en la segunda parte, gracias a Mapimpi y Kolbe. Sudáfrica ya puede presumir de ser tricampeona en ese mundo tan ovalado. Los Springboks son poderosos, enormes pero sobre todo felices y el rugby un arte para ellos.

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