Importancia estratégica de BCN

Más 'barcelovers'

Barcelona se ha quedado, como en épocas muy alejadas, con una escasa visión de su futuro

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Xavier Bru de Sala

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Hay algo que el mundo -y en Madrid, en Madrid- saben muy bien pero que buena parte de los catalanes -y de los barceloneses, los barceloneses- parece que no acaban de entender: el éxito de Catalunya, su carta de presentación, su gran y legítimo motivo de orgullo, su baluarte defensivo y su plataforma de lanzamiento se llama Barcelona. Sin Barcelona, Catalunya es la Provenza. Son la proyección, la fuerza, la singularidad y el atractivo de Barcelona lo que confiere a este país tanto interés, resistencia y resiliencia. Cuando Barcelona gana dimensión y escala posiciones, Catalunya cobra fuerza. Si dejamos que Barcelona pierda fuelle, si no la reivindicamos con inteligencia estratégica, terquedad, consenso, pasión, si no la amamos, como siempre, mucho más de lo que sería razonable y se merece, habremos perdido de manera definitiva la gran batalla para preservar una manera diferenciada, ni mejor ni peor, pero nuestra -nuestra, bien nuestra, como repetía Joan Maragall- de ser y estar en el mundo. Hasta donde llegan mis conocimientos y los expresados por las mentes más ilustres que conozco, Barcelona es un caso único, seguro que en Europa y es probable que en todo el mundo, de ciudad que se ha encaramado hasta los primeros puestos por su propio impulso, con una tozudez que nadie sabe de dónde le proviene, sin complicidades, a contracorriente de las circunstancias y, cada vez más, superando los palos en las ruedas que le provienen todos sabemos de dónde.

El día que Barcelona tenga que acumular nuevos palos en las ruedas, provenientes de su interior, comenzará a desfallecer. El día que empiece a ser percibida y concebida desde dentro como un estorbo, un peligro o un exceso, este día comenzará la decadencia de Catalunya, la reconversión a provincia de una irreductible que lo ha sido y lo es gracias al éxito de haber construido una gran ciudad "muy por encima de sus posibilidades" como decía Vicens Vives. La clave del futuro pasa mucho más por el lado sur que por el lado norte de la plaza de Sant Jaume, reducida como está -y estará cada vez más- a una función de administración subsidiaria, estrangulada, intervenida, temida, despreciada por los propios y vigilada por los que empuñan el kilométrico mango de la sartén. Hacen falta muchos más 'barcelovers', 'barcelovers' sinceros y generosos, diversos, para sostener esta ciudad y superar los peligros de un nuevo sitio que no es menos real porque pretenda pasar desapercibido.

Debería preocupar la ausencia de planes ambiciosos para la capital catalana

La conciencia de clase que expresaba la alcaldesa, entrevistada en este mismo diario, es digna del máximo respeto, como todas las creencias y los sentimientos de pertenencia que no sean una sencilla e hipócrita máscara. Ahora bien, hay que contar con el hecho de que Barcelona se ha vuelto a quedar, como en épocas muy alejadas, sin clase dirigente, sin 'think tanks' -no del todo pero casi-, con una escasa y dispersa visión de su futuro, si es que visión y visionarios le quedan. ¿Hándicap, reto, oportunidad? No sería motivo de gran preocupación si no fuera que llevamos mucho tiempo, demasiado, sin oír una declaración de amor por Barcelona que provenga de los propios barceloneses. Ya no digo arrebatada como el que al siglo XIX la levantó con un esfuerzo transversal más que titánico. Ni siquiera declaraciones de estima, ni de autoestima. Hacen falta más 'barcelovers', miles y más miles, comenzando quizá, si nadie se ha de ofender, por los concejales de la ciudad.

Barcelona lleva muchos años empeñada en la gestión, sin estrategias, sin complicidades internas ni en el entorno urbano que la convierte en centro de una eurorregión de primer orden pero sin articular. Es cuestión de ponerse las pilas. Nadie vive eternamente de inercias, ni que sean tan positivas como las que le han procurado tan buena fama.

La Mercè de este 2019 no es todavía un punto de inflexión. Las discusiones sobre seguridad, como antes las del tranvía, no son sino distracciones, excusas para no tener que emprender los grandes proyectos que deberían traducir el 'barcelovisme' en acciones concretas. Más aún que el proceso y la lastimosa situación de postración de Catalunya, debería preocupar la ausencia de planes ambiciosos para Barcelona. Es como si se estuviera forjando un consenso entre los que no consiguen dominarla -y en el fondo nunca han podido más que cabalgarlos, y aún como en un rodeo- para amansar a la fiera. Contra esta tentación, es posible percibir una nueva sintonía, un estado de ánimo, una música de fondo, aunque tenue y tímida, sin la cual las esperanzas de los 'barcelovers' no tendrían ninguna base de apoyo.