LA CLAVE
El relato habla de quien lo escribe
Dice el historiador Miguel-anxo Murado: "La historia es como la ceniza de un incendio. No es el incendio, ni siquiera un resto del fuego, sino tan solo un vestigio de los efectos del incendio"
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Una de las muchas virtudes de ‘Years and years’, la distopia cotidiana que puede verse en HBO, es cómo narra el ascenso del populismo en un contexto de miedo, inseguridad y pérdida de referentes al mismo tiempo que describe las vidas cotidianas de unos personajes que sufren ese caos y, a su manera, contribuyen al auge del populismo. La Historia, con mayúsculas, suele explicarse de forma simplificada como un viaje lineal, coherente, con un principio y un final, causas y consecuencias, casi como un movimiento inevitable que con el teimpo podrá calcularse al estilo de la psicohistoria de Isaac Asimov.
Los historiadores saben bien que no es así, que la historia, como la realidad, es caótica, lo que hace que el pasado sea “inaprensible”, en palabras de Miguel-Anxo Murado en su libro ‘La invención del pasado’: “La historia es como la ceniza de un incendio. No es el incendio, ni siquiera un resto del fuego, sino tan solo un vestigio de los efectos del incendio. El viento sopla constantemente, dispersándola”. La historia, como la ficción, como la realidad, es un relato (la palabra del momento) que habla sobre todo de quién lo ha escrito.
En ‘Years and years’ la familia protagonista padece las consecuencias del devenir de la historia. Pero también sufre, ríe, disfruta, se enamora, sueña y se decepciona. Vive, en definitiva, pues si la Historia se nos suele contar como un viaje lineal, las pequeñas historias diarias, las que juntas forman las grandes corrientes sociales, políticas y económicas de las eras, son una malla que se teje y desteje a diario. Hay vida, buena, mala y regular, mientras la Historia se desarrolla. La hubo durante el alzamiento del Tercer Reich y durante el proceso de industrialización que ha destruido el clima. La hay hoy en las playas repletas de turistas a las que llegan pateras con refugiados moribundos y en las empresas de Estados Unidos en las que se han practicado redadas contra emigrantes. En las escuelas de Misisipí donde quedaron abandonados niños cuyos padres fueron detenidos por ser indocumentados estudian niños con familias que han visto de primera mano qué sucede cuando la Historia te atropella. Igual en casa aplauden a Donald Trump. Ahora tendrán que explicarles a sus hijos por qué están a favor que sus compañeros de clase se hayan quedado sin padres.
El relato habla sobre todo de quién lo escribe. El relato de los Gobiernos sobre los refugiados del ‘Open Arms’ y los centroamericanos que cruzan el Río Bravo se las da de realista y complejo, lleno de matices grises, opuesto a la hipocresía y al buenismo naíf, a las simplificaciones. Pero a veces, las cosas son simples: se salvan vidas, o no se salvan. Antes, el héroe solía ser el que las salvaba.
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