Investidura fallida

España, una consola compleja

La gobernabilidad del Estado no tiene solución mientras no pierda el miedo a auscultarse en la cuestión territorial

Pedro Sánchez, en la última jornada del debate de investidura.

Pedro Sánchez, en la última jornada del debate de investidura. / periodico

Josep Martí Blanch

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La España democrática se hizo mayor con el bipartidismo y las pistolas en el País Vasco y ahora no encuentra el modo de manejar el 'joystick' de una consola más compleja que incorpora los botones del independentismo catalán y el multipartidisimo. Todo puede ser tenido en cuenta para explicar el fracaso de esta tragicómica investidura. Que si Pedro, que si Pablo o que si ambos son demasiado gallitos. Que si la derecha y la derechita no atienden a la necesidad de un pacto de Estado. Que si los morados quieren gobernar para liarla parda desde dentro y desde el primer día. Que si los socialistas aspiran a la investidura porque sí y qué guapo soy y qué tipo tengo. Y así hasta el infinito y más allá, que diría el bueno de Buzz Lightyear.

Pero todas estas cuestiones, siendo importantes, no son más que guarnición añadida al indigesto plato principal que viene servido directamente desde la cocina del soberanismo. Sin este asunto sobre la mesa España hoy tendría un Gobierno que no estuviese en funciones. Añadamos que no tenerlo no es el fin del mundo y que puede tenerlo en septiembre, pero a sabiendas que no va a ser ni estable ni duradero en el caso que vea la luz. Algunas alocuciones del pasado permiten ser revisitadas con la excusa de la coyuntura política española para escribir cosas como esta: Sus señorías, ustedes tienen un problema, y ese problema se llama Catalunya.

La gobernabilidad de España no tiene solución mientras no pierda el miedo a auscultarse en la cuestión territorial, que es lo único que de verdad atenaza la gobernabilidad a largo plazo de las instituciones españolas. En realidad, sucede lo mismo en Catalunya, que aun teniendo gobierno es como si no lo tuviera, precisamente por lo mismo, porque quien está al mando también anda aterrorizado con la auscultación.

La historia periodística dirá que el fracaso de esta investidura debe atribuirse a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias por un quítame aquí unos ministerios y ponme allá unas competencias. Habrá quien defienda a Sánchez, argumentando que sentar de copiloto a un Varoufakis con coleta es como tomarse una pastilla de cianuro. Y habrá quien se parta la cara en sentido contrario y acuse a los socialistas de prepotentes y de no querer plegarse a unos resultados electorales que le obligan a compartir el pastel entero y no solo las sobras.

Un país no puede gobernarse si quien lo pretende -vale para Sánchez-Casado-Rivera-Iglesias- no se reconoce tan solo como una parte del todo. Mientras tanto, disfruten del espectáculo televisivo y de la suerte de vivir en la parte del mundo en el que la política, a pesar de sus denodados esfuerzos, no tiene la posibilidad de despedazarlo todo. No al menos de un día para otro.

Las elecciones generales, caso de haberlas si también se fracasa en septiembre, no van a solucionar nada porque lo fundamental y necesario no se arregla con el voto ciudadano, sino que requiere riesgo, coraje y sentido de Estado una vez la gente ya ha sido llamada a las urnas. Y de eso andamos no cortos, sino cortísimos.