Crispación electoral

La sangre fría

Mitin a mitin, Pablo Casado trata de calentar la campaña porque solo el calor mantendrá la tensión en los suyos

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José Luis Sastre

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Años después de que estallara la Revolución de octubre, Josep Pla viajó a Rusia y fue a encontrarse con Andreu Nin. En una de las sobremesas, mientras trataban del espíritu soviético, Pla observó: "En nuestro país, la sangre fría solo se ve en el comercio". Mitin a mitin, Pablo Casado trata de calentar la campaña porque solo el calor mantendrá la tensión en los suyos. No tanto para atraer el voto de otras partes, sino para evitar que se le fuguen los menos convencidos. Frente a la sangre fría, emoción. A Casado, el primer presidente del Partido Popular al que votaron los militantes y luego colocaron los compromisarios, le tocará enfrentarse a la peor pregunta a la que alguien con poder puede asomarse: ¿cuál es el suelo electoral del partido? En eso, Casado no está solo, a decir de las encuestas. A otros les ronda la misma pregunta.

Casado aviva todos los fuegos mientras acusa a Pedro Sánchez de amenazar la convivencia y se ayuda en Cayetana Álvarez de Toledo para que, si hace falta, acuda incluso al consentimiento en las relaciones. El PP (¿cuál será el suelo?, ¿se podrá gobernar por muy suelo que sea?) libra un combate feroz contra un enemigo que no se deja ver, un espectro: Santiago Abascal no necesita siquiera hacer como en Andalucía, cuando adornaba su campaña con alguna propuesta aberrante. Esta vez, le basta con que hablen los demás.

Atrapados en el debate sobre el debate -que da la medida de la madurez de una democracia-, la campaña ha pasado sus primeros días sin querer pasarlos, dándole vueltas (más vueltas) al concepto España hasta generar imágenes extrañas. En el único mitin que Pablo Iglesias dio en un pueblo pequeño, se le acercó un hombre que, con afán provocador, le gritó: "Viva España". Dentro de unas cuantas campañas, la gente se acabará increpando lanzándose los buenos días. Iglesias respondió con la idea de España que tiene él, porque puede haber varias, en un intento de combatir la costumbre cuyo arraigo demuestra esta campaña: la apropiación, sea de una idea de país, sea de su constitución, a la que también convierten en una ideología.

De hecho, el recurso de llamarse a sí mismo ‘constitucionalistas’, que PP o Ciudadanos han logrado propagar y en el que ellos -como dueños que son- han resuelto meter a Vox, funciona como uno de los artefactos excluyentes de más éxito, porque niega al rival ideológico. Niega, o lo pretende, al PSOE, que de acuerdo con los sondeos será la fuerza más votada. Así, quienes evocan nostálgicos el diálogo de la transición dibujan un país con un solo bloque (a la derecha, lo que son las cosas) del que apartan al resto de la gente. “La sangre fría solo se ve en el comercio”, dijo Pla. Después de renunciar a vender el futuro, nuevos comerciantes se han puesto a vender ideología y patria porque la sangre fría ya no tira. Al contrario de lo que parece, su éxito no lo medirán las elecciones, sino la capacidad para llegar a acuerdos después de esos comicios o para, antes incluso, poder reconocer al otro. Tan elemental como eso. Sangre fría.