Pompas de jabón

Sería bello que los programas electorales tuvieran credibilidad. Música tranquila, un sofá y su lectura relajada. Meditando cada uno de los puntos, contrastándolos con las ideas propias, con las dudas, reflexionando sobre la utopía y lo posible. Sí, sería bello ese mundo ideal. Pero aún sería más bello si en la realidad existiera un punto intermedio entre un programa electoral comprometido y este ruido lleno de memeces y mentiras al que nos enfrentamos. Consignas lanzadas con la única intención de convertirse en un tuit que cale, por unos segundos, en el ruido de las redes. Sería bello… pero no es lo que queremos.

Se habla a menudo de la futbolización de la política, cierto. Pero quizá el término se queda corto. Y lo que existe es una transmutación lúdica más completa. Hemos cubierto el cielo de pompas de jabón, de ínfimos instantes de relumbrón que desaparecen al contrastarlos con la mínima solidez. Pero nos entretienen, y mucho. Además, mientras elevamos la mirada, fascinados mirando nuestra preciosa pompa o tratando de petar la ajena, nos olvidamos de la tierra que pisan nuestros pies. De todo lo que pasa en ella. De las miserias, pero también de las grandezas que tantos se empecinan en erigir. Miramos las pompas y nos vamos olvidando de la solidez de los argumentos, de la riqueza de contrastarlos, de las lecturas profundas, de la memoria… Sí, es lo que queremos. Y la política se afana en dárnoslo.