LA CLAVE
'Créeme, voy a cambiar'
Las fuerzas independentistas que frustraron el mandato de Sánchez le tienden ahora la mano, un regalo envenenado que envalentona a las derechas
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Giro táctico del independentismo cara al 28-A. Mediante sendas cartas enviadas desde la prisión, los candidatos juzgados en el Tribunal Supremo enmiendan (o fingen enmendar) la plana al oráculo de Waterloo. Texto y subtexto sugieren un cambio de tono, menos inflamado, más pragmático. O acaso la letanía de quien a la desesperada trata de salvar una relación sentimental sin futuro: ‘Créeme, voy a cambiar’.
Palabras melifluas que acarician un posible apoyo a la investidura de Pedro Sánchez. Pedro Sánchez Apelaciones a la responsabilidad y la estabilidad de quienes en Catalunya abandonaron la primera y carecen de la segunda. El referéndum de autodeterminación no es ya la condición inexcusable de hace dos meses, cuando liquidaron la legislatura española al rechazar los presupuestos, sino un mero objetivo de futuro. Ya no trazan “líneas rojas” a cambio de apuntalar a Sánchez, al que tampoco prometen “cheques en blanco”.
Una ambigüedad calculada que siembra dudas sobre si el retorno a un ‘peix al cove’ remasterizado es sincero o impostado. Primero, porque este incipiente posibilismo casa mal con el irrendentismo de Carles Puigdemont, dueño y señor de Junts per CatalunyaJunts per Catalunya. Y segundo, porque la eterna disputa por la hegemonía empuja a ERC a alternar guiños moderantistas y arreones como el anticipado veto a los presupuestos.
'NO ES NO'
La sustitución del unilateralismo por el gradualismo en el camino hacia la república difícilmente aplacará al independentismo impacientado, ni garantiza tampoco el éxito de tan improbable empresa. Con Sánchez abanderando un nuevo ‘no es no’ --ni referéndum ni independencia--, cuesta imaginar que ERC y JxCat participen en una mesa de diálogo que excluya de entrada sus demandas.
Más parece que las fuerzas independentistas, viendo las orejas al lobo de un tripartito de derechas, pretenden combatir el voto útil en favor del PSC de los catalanes hartos de conflictos y añagazas. Pero su mano tendida al PSOE oculta, más que un amago de claudicación, un regalo envenenado, pues alienta las denuncias de PP, Cs y Vox sobre una presunta agenda secreta de Sánchez para satisfacer al secesionismo.
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