Al contrataque

Los perros y los bebés

Hay algo curativo, puro y esperanzado en animales y niños, una alegría y una curiosidad prístina

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Milena Busquets

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Existe la creencia, que yo considero falsa, de que las personas que nos dedicamos a labores creativas somos más sensibles que las demás. Me parece que la mayoría de la gente es sensible, la única distinción que tal vez cabría hacer es entre las personas que son sensibles pero solo para lo suyo y las personas que son sensibles también para lo que no les atañe directamente.

He conocido a grandes artistas a los que solo afecta lo que les sucede a ellos o en un entorno lo bastante próximo para poder tener algún impacto en su realidad cotidiana. Nada que no les toque en primera persona les importa demasiado. Eso no significa que no se interesen por la política o los demás temas que suceden en el mundo (no hace falta ser sensible para eso, es suficiente con ser curioso y considerar que es una obligación moral estar mínimamente informado de lo que ocurre en el resto del planeta), pero son incapaces de sentir como suyas las enfermedades, penas y pesares de los demás individuos.

Cuando una vez le reproché a un escritor muy querido y muy brillante que nunca me preguntara por mis hijos, me respondió: “¿Y por qué te iba a preguntar? ¿Acaso están enfermos?” Y para sus cosas era el hombre más sensible del mundo.

Después están las personas excepcionales que durante un tiempo (casi nada es para toda la vida, cambiamos constantemente y lo que conservamos, la generosidad, por ejemplo, a menudo se lo llevan las enfermedades de la vejez, cuando ya toda la energía se centra en uno mismo, ni siquiera por egoísmo o de forma consciente, por mera supervivencia) son capaces de meterse en el pellejo de los demás, sin ningún esfuerzo, de forma natural, para ayudar. Mi madre era una de esas.Mi madre era una esas.

Cuando la echo de menos, y todavía me sucede bastante a menudo, recurro a los bebés y a los perros. Es difícil sustituir a una persona, pero hay algo tan curativo, puro y esperanzado en los bebés y en los perros (tal vez también en otros animales, pero mi experiencia se limita a los perros), una alegría y una curiosidad tan explosivas, tan prístinas, tan animales (también en el caso del bebé) que resulta imposible sustraerse a ellas, como si la vida entera y su impulso estuviesen allí condensados. Tal vez los bebés y los perros se parezcan más a un campo de trigo o al mar que a los adultos.

Así que cuando tengo algún problema o estoy desesperanzada (solo tengo que escuchar cinco minutos a un político o a un mentiroso de los que salen por la tele para sumirme en una depresión y una furia profundas), salgo de casa en busca de carritos de bebé o de perros de paseo. Las mamás y los dueños de perros salen corriendo al verme. Me he convertido en el terror del barrio.