Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA
Juan Carlos Ortega
Juan Carlos Ortega
Flores y camiones
Siempre resulta divertido llevar las cosas al extremo. Hagámoslo con las tradicionales preferencias estéticas de hombres y mujeres. Adviértase que he escrito 'tradicionales', no reales. Por ejemplo, siempre se ha dicho que a las chicas les gusta el rosa, las flores, las elegantes joyas, las telas suaves y, en general, todo lo que puede considerarse delicado. En cambio, a los chicos les gustan los camiones, los tubos de escape, las broncas y los potentes chutes de balón; es decir, aquellas cosas duras y firmes, no adornadas con sutilezas.
No sé a ustedes, pero a mi este hecho siempre me ha generado un conflicto, una contradicción difícil de resolver. Porque, si fuera cierto que a las chicas les gusta lo delicado, ¿cómo es posible que también les gusten los hombres, que en teoría no son nada delicados? Y si a los chicos les gusta lo rudo, ¿por qué, pues, les encantan las mujeres, que se nos dice que de rudas no tienen nada?
La lógica de las preferencias
Siguiendo la clasificación convencional de gustos masculinos y femeninos, la conclusión a la que habríamos de llegar es que cada ser humano debería sentir atracción solo por su propio sexo. Si eres hombre y te gusta el universo de lo recio, no deberían gustarte las mujeres, que en principio no son nada recias. La lógica de las preferencias estéticas tradicionales llevaría a los hombres, amantes de la fuerza, a sentirse atraídos por otros hombres, forzudos y potentes. Y las mujeres, que gustan de las perfumadas flores, acabarían siendo atraídas por otras mujeres, esas flores humanas, como la tradición las define.
Pero mayoritariamente a los hombres les gustan las mujeres y a las mujeres los hombres. ¿No es extraño? Tan solo la minoría homosexual sigue, en rigor, las leyes de la tradición, ya que sus gustos son coherentes con ella: “soy hombre y me gusta lo varonil. Por lo tanto, me atraen los varones, puesto que ellos lo encarnan”, o “soy mujer y me gusta lo femenino. Por consiguiente, me gustan las féminas”. ¿Lógico, no? Es un poco extraño que, siendo hombre, te guste todo lo masculino salvo otro hombre, la masculinidad viviente. ¿Por qué, macho humano, sientes atracción por conceptos y objetos de macho, pero no por los machos mismos? ¿Por qué te quedas solo en la superficie? No hay quien te entienda, de verdad.
Vemos que la absurda clasificación de gustos tradicionales lleva, paradójicamente, a abrazar la homosexualidad como única tendencia sexual razonable. Macho mío, ¿por qué te gustan los camiones y no los camioneros? Venga, tío, ¿a quién quieres engañar? Atrévete a dar el paso y acepta en bloque la totalidad de tus preferencias estéticos. Y tú, chica, ¿Por qué sientes atracción por las joyas de la princesita pero le haces ascos a la misma princesita, esa joya con ojos, piernas y brazos?
Cuando un argumento, llevado al extremo, genera absurdos y contradicciones, la única posibilidad es que el argumento sea rotundamente falso. O eso, o los votantes de Vox son gais y lesbianas. Como este último punto no es nada convincente, quedémonos en que el argumento tradicional acerca de gustos estéticos entre hombres y mujeres tiene un gravísimo defecto. Pero acerca de cuál es, ya no tengo ni idea.
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