La hoguera

La basura retornable

El ordenador en el que escribo renquea después de cuatro años de uso intensivo y no podré repararlo ni mejorarlo, como hicimos en casa con una televisión antediluviana

Una mujer deposita residuos en contenedores, en la calle Pujades, en Barcelona.

Una mujer deposita residuos en contenedores, en la calle Pujades, en Barcelona. / periodico

Juan Soto Ivars

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Cuando dejé de concebir la posibilidad de tener críos como el Apocalipsis, mi memoria me empezó a hablar de una forma diferente. Se arrastró por caminos desconocidos, cada vez más remotos, y dejó de traerme los recuerdos a los que me tenía acostumbrado. Ahora trae reliquias. Os mostraré tres. Hablan de la tecnología y la basura de 1990.

Había una televisión de tubo en el salón con los laterales de falsa madera y espacio encima para el teléfono. En ese aparato veíamos 'Farmacia de guardia' y cuando terminaba el programa tenías que levantarte para cambiar el canal. La televisión se escacharró y nos reflejamos tristes en sus cataratas. Mi padre la llevó a reparar. Tras unos días en el taller, la televisión volvió con un dispositivo nuevo. Era un trozo de plástico con un cristal injertado donde estuvieron los botones y un pequeño mando a distancia: ahora podías cambiar el canal sin levantarte. Que existiera esta posibilidad es algo que merece la pena dejar escrito en este siglo de basura, consumo y aparatos suicidas con obsolescencia programada.

Dos recuerdos más corren por el mismo sendero: en el primero se rompe nuestro teléfono fijo y mis padres, después de sustituirlo, lo guardan muchos años como si esperasen que un día vuelva a funcionar y nos traiga las voces de nuestros amigos muertos. En el segundo camino con una bolsa llena de botellas de cristal vacías en las que se lee “vidrio retornable” para devolverlas a la tienda a cambio de unas pesetas. 

Eso era más verde que el reciclaje, pero el corrector automático del procesador de texto subraya en rojo la palabra “retornable”, como si estuviera programado para ignorar su existencia. El ordenador en el que escribo tampoco la comprende, ni los que lo fabricaron y lo vendieron. Empieza a renquear después de cuatro años de uso intensivo y cuando termine de joderse no habrá retorno para él.

No podré repararlo ni mejorarlo, como hicimos con aquella televisión antediluviana que ahora, tantos años después, me parece más avanzada que este plástico condenado a ser basura.