Opinión | Editorial

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Menores acampados en Montjuïc

Ni por ética ni por convivencia se puede tolerar el campamento de chicos migrantes a las afueras de Barcelona

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Solos llegaron y solos siguen. Protegiéndose entre ellos y buscándose la vida. Es decir, malviviendo. La situación de los menores migrantes empeora mientras la Administración no acaba de desarrollar un plan de acogida que facilite su integración. La instalación de campamentos insalubres en la montaña de Monjuïc dispara todas las alarmas. Ni como sociedad podemos permitirnos que haya menores viviendo en estas condiciones ni podemos cerrar los ojos a lo que se está convirtiendo en un foco de conflictividad social. Sin nadie que tutele a estos niños, es fácil concluir que la explotación o la delincuencia sí sabrán atenderlos.

El Ayuntamiento de Barcelona asegura que ha alertado a la Generalitat en múltiples ocasiones, pero el Govern lo desmiente, afirmando que, si fuera así, la Direcció General d'Atenció a la Infància y l'Adolescencia (DGAIA) hubiera actuado. Pero lo cierto es que la DGAIA ya hace mucho que está desbordada -antes de la crisis de los menores migrantes- y que el problema tampoco es fácil de resolver. Los chicos que llegan quieren ganar dinero y no estar recluidos en una institución, con lo que no es infrecuente la huida de los centros. Planes de formación y acompañamiento que ayude a su integración más allá de la mayoría de edad parece ser la única vía a seguir, apoyándose y apoyando a las entidades que tienen experiencia en esta labor. No es fácil pero, ni por ética ni por convivencia podemos tolerar un polvorín en los márgenes de la ciudad.