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El cuento de Capucha Roja

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Miqui Otero

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Se mira en el espejo del ascensor mientras tira de la cremallera de la sudadera roja y piensa en El Cuento. En el portal, sondea ambos lados, se cubre la cabeza con la capucha y tira hacia la izquierda. Como de niña le explicaron El Cuento, no sube el volumen de la música en su teléfono móvil. Precisamente por lo mismo, lo usa para calcular la ruta más transitada y de calles más anchas. Por suerte, piensa, yo no voy triscando inocente como Caperucita, ni soy tan ingenua como para distraerme escogiendo florecillas. En realidad, ni siquiera va a pasear, ni a casa de su abuela, va a correr. Hasta en las guerras el objetivo militar móvil, y que encima corre, tiene más posibilidades de sobrevivir a disparos y bombardeos.

Capucha, que interpretaba al lobo como metáfora de la mitad de la población mundial, aprendió a a tenerle miedo a mostrarse y pasear

Su respiración se remansa y sincroniza con el monigote del semáforo de la avenida, que parpadea al ritmo de su bombeo:

-¿Cómo puedo coger el metro más cercano? -le pregunta un tipo, la cara oculta dentro del casco de la moto.

-Más allá de donde termina ese bosque, en un claro del parque rodeado de grandes robles -dice Capucha de chándal rojo.

-Gracias. ¿Adónde vas con tantas prisas?

Ella aprieta el paso antes de que se encienda el verde y escucha, a lo lejos :

-¡Menos lobos, Caperucita!

Lo que el tipo del casco piensa es que no entiende ni la histeria ni las generalizaciones, si él jamás pondría la mano encima a nadie. También se siente algo dolido porque ya no se puedan hacer chistes: hoy mismo ha visto un anuncio de una marca de fiambres donde se decía que ya salían más caros los que van sobre feminismo que los antimonárquicos (está claro que Casco no se ha leído ni el Código Penal ni las noticias recientes). Al fin y al cabo, esto no es El Salvador, las calles españolas son muy seguras. Las quintas más seguras. ¿De Europa? ¿Del mundo? Ni idea.

Lo que Capucha piensa es que tiene miedo. Ella no piensa en el anuncio, sino en otra noticia del día, la de una chica que salió a correr. Si Casco preguntara a su madre, a su hermana, a su mujer (si la tiene), a sus amigas (si las tiene), sabría que todas han vivido algún 'thriller' de persecución, asalto, huida hasta el portal. Capucha tiene guiones de esos como para una saga. Limitarse a pensar que esos casos son puntuales es muchísimo más perverso que decir que los casos de corrupción de algunos partidos son aislados y no estructurales.

Las reflexiones de él tienen que ver con lo estadístico y lo general. Los miedos de ella, con lo biográfico, con la textura de lo vivido. Vuelven a casa, pero uno camina tranquilo y la otra corre con el corazón también al trote.

El hombre será un lobo para el hombre, sí, pero sobre todo lo es para la mujer. Cuando le explicaban El Cuento, Casco como mucho tenía un miedo literal al lobo, que no se encontraría en plena calle. Capucha, que interpretaba al lobo como metáfora de la mitad de la población mundial, aprendía a tenerle miedo a mostrarse y pasear. Aprendía a tener miedo. A tener miedo al miedo. Como ahora: un parpadeo de luces de ese coche de la esquina y a correr. A correr más. Quizás tenga que batir alguna marca para que le hagan más caso.