El riesgo de la falta de diálogo

Hablemos aunque nos pongamos rojos

La incapacidad para hablar suele ser la antesala de la violencia: la extrema derecha ha inspirado el 74% de los asesinatos por motivos ideológicos en EEUU

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ilustracion de leonard beard / periodico

Carlos Carnicero Urabayen

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Me contaba recientemente un profesor de la London School of Economics una anécdota sobre una embarazosa situación que había vivido en su casa. Tras la llegada de unos nuevos vecinos, organizaron una merienda para conocerse. Uno de ellos, para sorpresa del profesor, decidió sacar el tema del 'brexit'. “Fue un momento muy incómodo, como si se hubiera puesto a contarnos sus costumbres sexuales”.

Le entendí perfectamente. Pasé unos días en Italia en verano. Temía sacar en cualquier momento una conversación política con los amigos que iba haciendo en la Toscana. ¿Albergaban un Salvini en sus entrañas? Sabía que la magia se podría romper en cualquier momento.

Discrepar se está poniendo feo. Se acumulan los temas de los que es mejor no hablar; una deriva anestésica que solo acrecienta nuestras diferencias. Lo que nos divide a quienes quieren el 'brexit' y quienes quieren seguir siendo parte de Europa, o quienes quieren romper con España y quienes se plantan, o quienes se suman a la ola de Donald Trump y quienes la contemplan con terror, es más que una discrepancia sobre un asunto coyuntural: disentimos sobre la raíz, las reglas de la convivencia y los valores esenciales de nuestras sociedades. Parecemos vivir en planetas lejanos.

Desconectar es casi imposible

Pedro Sánchez aseguró en la tribuna del Congreso –no sabemos todavía con qué consecuencias– que "rompía relaciones" con Pablo Casado, líder del principal grupo parlamentario del Congreso. Curiosamente el líder del PP le exige a Sánchez que "rompa relaciones" con los independentistas, como si ignorar que existen propiciara su desaparición. El germen esencial del proceso democrático exige intercambiar ideas, incluso para abordar distancias aparentemente insalvables.

Puede que el ciudadano medio no viva obsesionado con la política, como nos pasa a los políticos y periodistas, pero, en todo caso, la actualidad se ha vuelto extraordinariamente invasiva. Desconectar parece imposible. Las redes absorben, pero lejos de haber creado una especie de asamblea global ateniense, en realidad nos encapsulan en grupos, retroalimentando las ideas de unos y otros, con escasa capacidad de producir intercambios y acercamientos.

Tomemos la noticia del detenido por querer matar a Pedro Sánchez como una señal de alarma

La hostilidad de las redes refuerza las propias visiones. Es paradigmática la cultura del zasca. No hay nada más valorado en la red que un buen mamporro dialéctico, una frase punzante que desnude al discrepante. En realidad es una suerte de pretensión anuladora, un “cierra la boca” para poder seguir pretendiendo que ciertas ideas no existen.

Siempre me ha llamado la atención cómo los políticos en sus redes sociales difunden sus intervenciones parlamentarias y televisivas aisladas, sin la respuesta o pregunta de la otra parte. No les culpo. Promueven sus intereses. Pero debemos reflexionar sobre el sesgo al que inducen las redes, que son cada vez más el principal medio a través del que se informan los ciudadanos. Capitulo aparte merece la difusión de noticas falsas, cuyo desafío del convencionalismo alimenta perversamente su "viralidad".

Las élites parecen incapaces de entender el malestar social que está propulsando una gran ola de populismo en el mundo. En la campaña presidencial de 2016, Hillary Clinton se refirió a los votantes de Trump como "deplorables". Probablemente no conocía a ninguno. El voto de protesta ultra esconde dramas y problemas sociales universales que no desaparecerán colgando a sus líderes la etiqueta "populista".

Hay un ejemplo bastante inspirador. La diputada danesa Özlem Cekic, nacida en Turquía y de origen kurdo, llevaba años recibiendo cientos de 'emails' con insultos racistas. Los ignoraba. Hasta que un día decidió empezar a citarse en las casas de sus detractores para tomar café. Descubrió que no eran monstruos de dos cabezas sino personas con familia, con los que tenía cosas en común; incluso sus prejuicios hacia "los otros" eran parecidos.

"Si quieres prevenir el odio hay que hablar con la mayor cantidad de gente posible", cuenta Cekic en una conferencia TED Talk.

La incapacidad para hablar suele ser la antesala de la violencia. Entre el 2007 y el 2016, la extrema derecha ha inspirado el 74% de los asesinatos por motivos ideológicos en Estados Unidos. Tomemos la noticia del detenido por querer matar a Pedro Sánchez como una señal de alarma y recordemos la lección de vida de Jo Cox, la parlamentaria británica y europeísta asesinada por un fanático antes del referéndum: "Lo que nos une es mucho más de lo que nos divide".