Al contrataque

Una tarde en Estremera

Solo he ido a visitar a un señor del que sigo pensando que no tendría que estar encerrado en ninguna cárcel

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Jordi Évole

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"Padilla, la 9; Ramos, la 11; Robles, la 8; Junqueras, la 2; Vargas, la 5; Forn, la 1; Romeva, la 3…".

Así cantaba el funcionario de prisiones la cabina que nos tocaba a los visitantes que acudimos a la cárcel de Estremera el pasado sábado por la tarde. Entrando en cualquier cárcel, te das cuenta de que la inmensa mayoría de presos tienen una cosa en común: son pobres. Y una gran mayoría de ellos no recibe nunca ninguna visita, ni ninguna llamada. Eso es lo primero que nos cuenta Oriol Junqueras cuando descuelga el telefonillo blanco a través del que hablamos. Un cristal muy gordo nos separa. Nos damos la mano picando contra el vidrio. Las sillas son de terraza de bar, pero no hay nadie para servirnos una cerveza.

Pasando de prejuicios, estereotipos y rencores

La visita es una cuenta a atrás. Sabemos que tenemos 40 minutos y vamos saltando de tema en tema, sin ningún orden, sin ningún guion. Hablamos de Eugenia, nuestra amiga sevillana que ahora se ha empeñado en hacerle conocer a mujeres catalanas y andaluzas la realidad de aquí y de allí, pasando de prejuicios, de estereotipos, de rencores. Hablamos de su hijo Lluc, y de cómo es capaz de colocarte en un mapamundi de imán todos los países, como si tuviese un padre obsesionado con la geografía y la historia. Hablamos de las playas con cruces, y Junqueras apunta que no le parece el mejor símbolo para hacer una reivindicación, que las cruces le hacen pensar en cementerios, en muerte.

Alucino cuando me cuenta que sigue sin recibir ninguna carta de Puigdemont. Siete meses encerrado y el ex presidente de la Generalitat no ha tenido tiempo de enviarle una carta a su vicepresidente, que está preso en una cárcel española por unas decisiones que, en principio, tomaron de forma conjunta. ¿Qué debió de pasar entre los dos hombres que llevaron a la proclamación unilateral de independencia?

Los 40 minutos se acaban. Los mensajes se aceleran. Compañeros de partido que también han ido a visitarle reciben las últimas consignas. Hablan un idioma propio entre ellos. Yo no me entero de nada. Como mucho, interpreto que Junqueras recomienda que para ejercer un cargo hay que poder pisar el territorio, y que de la moción de Sánchez, cuanto menos hablen, mejor. Debe de ser por eso de que las partidas de ajedrez se juegan en silencio. Pero hoy no he ido a Estremera a buscar información. Solo he ido a visitar a un señor al que hace años que conozco y que sigo pensando que no tendría que estar encerrado en ninguna cárcel.

El tiempo de la visita se agota. Junqueras sigue hablando pero ya no le podemos oír. Es como si se hubiesen acabado las monedas de la cabina. Por la puerta que ha entrado desaparece junto a Joaquim Forn, Raül Romeva, y el resto de presos que hoy tenían visita. La mayoría de ellos son pobres. Y dentro hay muchos otros que seguirán, otro sábado más, sin que nadie venga a verles.