EL NUEVO RELATO INDEPENDENTISTA

La república de los municipios

Puede que las elecciones municipales sean las que determinen la estrategia que seguirá Torra en los próximos meses

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Andreu Claret

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Nunca un presidente de la Generalitat nacionalista había hablado tanto de los municipios. Los ayuntamientos, empezando por el de Barcelona, siempre fueron los grandes olvidados de Mas PujolQuim Torra, por el contrario, los ha mencionado en todas sus intervenciones. Lo hizo en Berlín, junto a Puigdemont, y en su discurso de investidura, donde acuñó un término que define el nuevo relato independentista: la república de los municipios. Puede que ahí esté la explicación de los acuerdos cocinados estas últimas semanas y que culminaron con su controvertida designación como candidato. Y puede que las elecciones municipales sean las que determinen la estrategia que seguirá en los próximos meses. Por mucho que la llegada de Torra a la plaza de Sant Jaume haya estado acompañada de la retórica al uso, podría ser que todo fuera mucho más prosaico. Afrontar con éxito las próximas municipales. En política, suele suceder.

Ada Colau ha sido la primera en sentirse aludida. Su andanada contra el nuevo presidente, por el carácter xenófobo de algunos de sus escritos, revela que ha captado la voluntad de Puigdemont de conquistar la Casa Gran como la siguiente parada de la hoja de ruta independentista. Frente a la estrategia blanda de Junqueras de ampliar la base social del movimiento, Puigdemont ha visto la oportunidad en el calendario electoral y en el fraccionamiento político de los consistorios. Sabe que una candidatura de Junts por el municipio que sea tiene posibilidades de imponerse como primera fuerza política en muchos pueblos y ciudades. Incluso en Barcelona. De salir bien, esta política podría acrecentar la paradoja de un independentismo capaz de gobernar la mayoría de las instituciones aunque tenga el respaldo de menos de la mitad de la sociedad catalana. Un sueño que Puigdemont quiere hacer realidad.

No está mal pensado, aunque requiere que se cumplan algunos requisitos. El primero es que Torra pueda sostener la máxima tensión política con el Estado hasta los comicios, aunque sin romper la baraja. De ahí su comparecencia en Berlín, trufada de retórica pero sin pisar la línea roja y con una apelación al diálogo. Rajoy no tuvo más remedio que aceptar la invitación, aunque con precauciones destinadas sobre todo a Rivera. No será fácil, porque no está entre los objetivos del nuevo presidente, ni en los de su antecesor, volver a la política autonomista tradicional. Ni pueden ni quieren. Ambos son activistas del independentismo que lo supeditarán todo a este asalto al mundo municipal. Si Torra puede gestionar los recursos, los destinará a financiar municipios, empezando por los que ya tienen desplegada la estelada. Y si Montoro controla el presupuesto, tendrá un argumento de oro para denunciar el agravio que sufre el mundo municipal catalán. Con un victimismo de nuevo cuño que constituirá munición gratuita para la campaña electoral, y que puede desembocar en elecciones autonómicas en octubre, si la situación se hace insostenible.

El papel de la CUP

Por el momento, esta estrategia le ha permitido a Puigdemont acallar cualquier veleidad crítica en el PDeCat que ve en las elecciones locales su tabla de salvación. Sin embargo, tiene sus límites. El primero deriva de la necesidad de no provocar la vuelta del 155. Puede que Torra tenga poco margen para recorrer una senda posibilista. Y la CUP, que tiene los ayuntamientos como objetivo prioritario, basará su campaña en exigir que la república de los municipios sea algo más que pura retórica. En todo caso, el nuevo presidente siempre puede tirar de la panoplia inagotable de gestos simbólicos que cautivan al mundo independentista.

El otro límite deriva del talante ideológico del nuevo presidente. ¿Por qué lo propuso Puigdemont? Conocía su pensamiento, asentado en la oscura tradición de los años 30, la de los hermanos Badia. Sabia que su nombramiento iba a unir el grueso del parlamento español contra el nuevo Ejecutivo catalán. Podía imaginar que la reacción de las cancillerías europeas iba a ser muy adversa. También podía calibrar que su nombre no ayudaría a quienes están en las cárceles, y que sus ideas iban a soliviantar a muchos catalanes que, sin llevar un lazo amarillo, no soportan que haya políticos presos. Sabiendo todo esto, ¿por qué le propuso? Es un misterio que algunos explican por la supuesta condición de títere del candidato. No lo comparto. Más bien creo que pensó en agrupar a los fieles para la batalla que se avecina. Aquella que ambos piensan librar cuando hayan conquistado el mundo municipal. Para este menester, había pocos candidatos como Torra.