La precariedad laboral

#jesuiscesar

La avaricia se nos ha ido de las manos. A todos. Hay más pedidos que personas que puedan hacerlos

Un repartidor de Glovo en Barcelona.

Un repartidor de Glovo en Barcelona. / periodico

IMMA SUST

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¿Se habrán dado cuenta de que las ciudades se están llenando de ciclistas cargados con cajas amarillas no? Personas, generalmente hombres, que llevan cosas de un lado para otro. Comida, regalos, vibradores o paracetamol. Te llevan a casa lo que sea en menos de una hora, siempre que quepa en la caja. Aparentemente es maravilloso.

Les explico mi sábado noche. Tengo una cena con amigos, a nadie le apetece cocinar y les cuento a todos la maravilla de este servicio. Orgullosa de mi App, pido pizzas para todos a un precio tirado. Hacemos el pedido y nos ponemos a jugar a las cartas. Una hora más tarde nos damos cuenta de que no han llegado las pizzas. La emoción del juego nos ha distraído. Son las 23.00 horas de la noche y el hambre aprieta. 

Les digo a mis amigos que estén tranquilos, que tenemos el contacto del repartidor. Cojo el móvil y llamo a César. Me sorprendo al encontrarme una voz de ultratumba al otro lado del teléfono.  "¿Siiiii?" Y yo … "¡Hola! ¿César? Que hace una hora que te estamos esperando…" Y él que me dice: "Estaba durmiendo. Se habrá hecho solo el pedido" y me cuelga.

Pizza a medianoche

Mis amigos se enfadan, yo pongo a la empresa a parir en Twitter y una hora más tarde aparece un nuevo repartidor que se ríe en mi cara cuando le cuento que César está durmiendo. Ya es medianoche. Cierro la puerta, abro las pizzas que están asquerosamente malas y terroríficamente frías y las dejo encima de la mesa. Nos las comemos con una ansiedad brutal y, mientras engullimos en silencio, nos damos cuenta de algo importante.

La avaricia se nos ha ido de las manos. A todos. Hay más pedidos que personas que puedan hacerlos. Y luego pensamos en él. En César. Un trabajador autónomo, seguramente mal pagado y con unas condiciones precarias, que aquel sábado por la noche dijo basta y se fue a dormir. Pensamos que si César cobrara bien, si estuviera contento y le encara su trabajo, igual, nos habría traído la pizza cagando leches y con una sonrisa. Hablo en nombre de mis amigos, si te digo a ti, César, que te aplaudimos. No te guardamos rencor. Hay veces en la vida, en que uno se tiene que ir a dormir.