Horizontes

Y a mí, ¿cuándo me toca?

La reforma laboral y los recortes sociales están impidiendo que la recuperación llegue a todos

Concentración de pensionistas frente al Ministerio de Hacienda, en Madrid, el jueves pasado.

Concentración de pensionistas frente al Ministerio de Hacienda, en Madrid, el jueves pasado.

Jordi Sevilla

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Si la crisis ha terminado, si la recuperación es un hecho consolidado, si las cosas van tan bien como dice el Gobierno, es lógico que muchos colectivos sientan que ha llegado la hora de repartir los beneficios de este crecimiento económico. De poner término a los sacrificios que la recesión nos impuso. De cambiar aquellas políticas que pudieron tener un sentido en pleno colapso de la economía, pero que no se corresponden con un momento en el que llevamos cuatro años creciendo en el entorno del 3%. De pasar de un discurso del «no se puede, por culpa de la crisis» a «vamos a ver cómo devolvemos lo perdido por la crisis».

En España volvemos a tener, 10 años después, la renta anterior a la crisis pero no el empleo, ni la riqueza. Por tanto, sigue habiendo mucha gente que todavía vive en crisis: desde los dos millones de parados sin ningún tipo de cobertura, hasta el 18% de trabajadores pobres (el doble que en la eurozona), pasando por el 23 % de ciudadanos (principalmente jóvenes y niños) en riesgo de pobreza o exclusión social o todos los trabajadores que siguen viendo cómo sus salarios pierden poder adquisitivo, a pesar de que sus empresas han vuelto a los beneficios.

Protestas

Pensionistas mujeres han sido, en estos días, la punta de lanza de esa España excluida que siente que la actual recuperación le está pasando de largo, que la cohesión social está dejando de ser un valor compartido. Con ello han planteando un debate que va más allá de su propio caso concreto al decir: la actual recuperación no es justa, porque no está llegando a todos y la respuesta no puede ser enfrentar a unos colectivos de damnificados, con otros.

El Gobierno y algunos expertos han querido encerrar las reivindicaciones de pensionistas (mantener el poder adquisitivo) y mujeres (eliminar la brecha salarial) en su propio marco queriendo, con ello, aislarlas del caso general que plantean. 

Porque las reivindicaciones de estos días no se deben confrontar con la sostenibilidad a medio plazo del sistema de pensiones o con los problemas históricos de la discriminación entre géneros, problemas que existen y deben ser tratados con su propia entidad.

Lo que se está cuestionando, aquí y ahora, es la lógica de un modelo de crecimiento económico que no reparte de manera adecuada y que parece querer justificar como inevitable, la marginación de los mismos, siempre. Hablamos, en el fondo, del relato, esa palabra tan de moda.

Los sacrificios en momentos de grandes dificultades compartidas configuran un estado de ánimo colectivo que, más allá de quien sea el responsable de habernos llevado a esa situación críticas, une.

Pero la desigualdad injustificada en momentos de bonanza, es vivida como fuerte injusticia frente a la que se aplica tolerancia cero. Así, se pueden aceptar rebajas salariales en plena crisis para mantener el empleo, pero son más difíciles de aceptar cuando los beneficios empresariales ya han repuntado hasta donde solían. O se viven mejor recortes en el gasto público cuando hay crisis, que cuando la recuperación está consolidada.

Crecer sí, pero repartir, también

Crecer sí, pero repartir, también. Eso es lo que se está planteando hoy. Y si hay algo claro en la actual fase alcista del ciclo mundial es que la distribución equitativa del crecimiento, esta vez, no vendrá sola.

Que la globalización, unida a la revolución digital, están cambiando los parámetros en que se ha movido nuestro modelo económico y social en Occidente hasta el punto de que la desigualdad se configura como una de las principales preocupaciones al ser caldo de cultivo de un populismo que deteriora la democracia y el libre comercio.

Y nuestro problema, además, es que, con la excusa de la crisis, hemos roto los dos mecanismos principales que garantizaban una adecuada distribución del crecimiento económico: la negociación colectiva, que permitía una predistribución de la renta mediante un salario adecuado y el Estado del Bienestar con su gasto redistributivo.

La reforma laboral y los recortes sociales están impidiendo ahora que la recuperación llegue a todos. Por eso no es una simple cuestión de tiempo, de esperar, sino que harán falta cambios en unas políticas que pudieron servir para hacer frente a la crisis, pero que son incompatibles con un reparto de los frutos del crecimiento que los ciudadanos consideren justo. De eso estamos hablando.