Opinión | EDITORIAL
El siglo de la desigualdad
España está a la cabeza de la desigualdad en una Europa que ha renunciado al pacto social del siglo XX
Tras unos años iniciales de euforia, más financiera que económica, las dos primeras décadas del siglo XXI están evidenciando las nefastas consecuencias del modelo económico forjado en el último cuarto del siglo XX: la globalización sin control político, los modelos de crecimiento basados en la especulación financiera y la desregulación de los mercados. Se ha roto el pacto social entre el capital y los trabajadores que, tras la Segunda Guerra Mundial, proporcionó a una parte del planeta –Europa, Estados Unidos, Japón– una etapa en la que se creció armónicamente, es decir, se combinó el incremento de la riqueza con su reparto. Un modelo en el que, fundamentalmente, se aseguraba a todos los ciudadanos la salida de la pobreza que, más allá de las estadísticas, quiere decir el acceso a la alimentacion, la salud, la vivienda, la energía y la educación. Y el camino para hacerlo era el trabajo.
Ese modelo empieza a ser historia. Los llamado países emergentes –desde China a Brasil– han renunciado a él y han arrastrado a quienes lo tenían –especialmente Europa– a degradarlo hasta límites totalmente inaceptables. Una cuarta parte de la población española está en el límite de la pobreza, quiere ello decir que o no puede cubrir esas necesidades básicas o lo tiene que hacer con ayudas formales o informales. El trabajo ya no asegura la salida de la pobreza, y todavía lo asegura menos el salario. Ese es el núcleo del problema. La ruptura del pacto social implica el final de ese pacto porque la riqueza que se crea se reparte desigualmente hasta dejar a muchos trabajadores en la cuneta. A ellos y a sus familias. Mientras unos pocos la acumulan impúdicamente.
No hay soluciones mágicas. Las posibles pasan por una toma de conciencia general del problema y porque el capital entienda que la extensión del empobrecimiento es un retroceso en otros muchos ámbitos: la renta disponible, el consumo, la capacidad de innovación o la creatividad. El asunto es urgente, porque quienes viven en la pobreza no pueden esperar, porque España está a la cabeza de la desigualdad en la UE, porque en Catalunya las prioridades lamentablemente han sido otras y porque la Barcelona metropolitana sufre con mayor intensidad las tensiones derivadas de la desigualdad con heridas cada día más visibles. El pacto social debe rehacerse lo antes posible.
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