Análisis
La yihad atomizada
Nadie creyó antes de los atentados del 11 de septiembre del 2001 que el desafío yihadista adquiriría las dimensiones que hoy tiene
Albert Garrido
Periodista
ALBERT GARRIDO
Nadie creyó antes de los atentados del 11 de septiembre del 2001 que el desafío yihadista adquiriría las dimensiones que hoy tiene. Pero antes de aquella fecha de referencia hervía el islam radical en las mezquitas fundamentalistas, en los depositarios del legado de Sayyid al Qutb, en el wahabismo financiado por Arabia Saudí y en la miopía de Occidente al apoyar la llegada al poder de los talibanes en Afganistán. Hervía al mismo tiempo a causa del inacabable conflicto árabe-israelí y en la tolerancia de Occidente con las autocracias consolidadas en tantos países musulmanes, del Atlántico al corazón de Asia, consecuencia directa de nuevas formas de colonialismo en la aldea global. Cuando Estados Unidos invadió Irak, el conflicto alcanzó la masa crítica de todos conocida.
El dinamismo de Al Qaeda, primero, y el nacimiento del Estado Islámico, después, movilizó estratos sociales dentro y fuera de tierra del islam. El fracaso de las primaveras árabes, la guerra de Siria y las disputas por la hegemonía regional hicieron del califato renacido la referencia mitológica del yihadismo: ocupó un territorio y llamó a la lucha a combatientes de todo el mundo. Frente al eslogan del egipcio Alaa al Aswani –La democracia es la solución– prevaleció este otro: El islam es la solución. Y ganó adeptos la idea de que, frente a la modernidad hija de las Luces, la auténtica modernidad es la vuelta al pasado, volver la vista a los orígenes, a los días del profeta.
Simplificación del legado coránico
Sostiene Jean-Pierre Filiu que el yihadismo ha inventado una nueva religión que apela al Corán, exalta la yihad menor –el recurso a las armas en defensa del islam– y la figura del mártir. En realidad, se trata de una simplificación del legado coránico, de una coartada ideológica que simplifica al mismo tiempo el conflicto con Occidente, la situación de la comunidad musulmana en los países europeos y las causas de la crisis social en muchos países de mayoría musulmana. Pero esta simplificación tiene un gran poder de atracción en entornos con una tradición muy conservadora y, en Europa, en ambientes donde se respira un clima de marginación.
Sin ese poder de convicción en ambientes muy diferentes no hubiese progresado la atomización de la yihad que se da en Europa, donde sin una organización específica para realizar atentados, todas las grandes ciudades son objetivos de los terroristas. Sin la guerra en Siria, con un trasiego de ida y vuelta de combatientes del califato, tampoco hubiese sido posible el desarrollo de un terrorismo urbano que, con pocos medios, es capaz de sembrar el terror y extender la impresión de que se da una incompatibilidad irresoluble entre el mundo musulmán y las secularizadas sociedades europeas.
¿Se trata de la cultura hegemónica en el orbe musulmán? Las dificultades objetivas de difusión que encuentra el pensamiento musulmán más liberal induce a pensar que sí; el coste en vidas y bienes del islamismo radical en los países musulmanes lleva a aventurar que no. Pero no es posible dar una respuesta unívoca a tan inquietante pregunta.
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